jueves, abril 28, 2011

DOMINO por TIRILLA



BLANCO

Reencarnación

Cómo me fui haciendo pedazos no lo sé. O sí lo sé.
Una respuesta cómoda me conforta
como si caminara sobre una gran alameda
de terciopelo rojo donde llegar al clímax
fuese al final ver esa película en blanco y negro
que todos quisieran ver.

Para ser cierto no encuentro nada mejor que saberme
un personaje de ficción, como tantos otros,
que ha reelegido su guión con exactitud
amando al prójimo como se ama a un animal perfecto
y sin fondo específico siendo tan verdadero
como las sombras que ahora invoco.

Al repasar lo que pude ser no me arrepiento
y créanme lloré a mares por la desdicha
de tratar de ser algo o alguien material
en este mundo luminoso quese me vino encima después
de cien mil velocidades
y de que la historia
se hiciera cargo
de anunciar
mi sitio.


Era inexperto.
Habían tirado los dados y no logré apreciar los muertos
que cayeron al azar paseándose en sus motos eléctricas
ni a los vivos que lentamente entraban en los supermercados
y playas de estacionamiento repletas de limpiadores de todo tipo.

“¿Cómo no elegir esta vida?” me dije entonces.

Y reconocí el cielo
cuando una lechuza aterradora
anunció con su silencio la primera palabra
descubriendo mi territorio en blanco y negro.
Después de una ausencia platónica tuve la suerte y decencia
de no terminar como un cínico ante las miradas
del pueblo. Me sentí unido por la sangre
donde hemos depositado la belleza,
nada es más bello que decir hermano a tu vecino
al anciano al niño a la mujer al compañero de trabajo
o al indigente que se esfuerza por sacar adelante su frágil sueño.

Encima, al poco tiempo de ser nadie,
cuando caminaba por las calles disfrutando
de mi éxito con mi silencio insolente,
la gente se acercaba para saludarme
o preguntar cómo estaba mi familia.
Y por supuesto, ustedes deben saberlo:
mi padre es actor de reparto y mi madre
sólo un extra que ha destacado en su pequeño rol.
Mi esposa es la reconocida actriz Leonora.


Pensamos en hijos pero construir nuevos personajes
es un trabajo arduo y con nuestras carreras en franco ascenso se hace un tanto difícil.

Con ella vivo y somos felices.
Tengo tres hermanos lejanos.
Hace unos días nos cruzamos en el mall,
colgaban sus hijos de sus brazos como frutas que aún no maduran,
me acerqué para tocarlos, ellos sonrieron tiernamente
haciendo un ademán con sus manos: “hola”, y un beso al aire.
Pude ser un fantasma cuando me vieron, pero ante
su tierna inoperancia puse las dos manos
sobre mi corazón y les envié mi saludo.
Uno de ellos se entregó a cristo
y eligió ser alguien en otro mundo.
Busqué lo mismo
sólo que me encuentro en este mundo tratando
de llegar a algo con el único afán de amortajar las avenidas.
Merodeando supe profundamente que la fe es sed
y no sabiendo qué hacer reencontré mi nacimiento y caminé al lado de los que brillan
asumiendo que soy nada que se agranda al evitarse
y se queja al quedar sola en esta enormidad llena
de imágenes burlonas que reflejan pero no sacian.

¿Hablé de encontrar el amor?
Leonora se vistió para mí, yo me fabriqué por mí, después, para ella, y al menos lo creí, en blanco y negro.

Cuando por fin
la polvareda de este cambio fundamental
se coló por las fisuras de mis labios,
por alguna razón me di cuenta que habían otros como yo:
nadies entre tantos nadies sin diferencia,
tartamudeé dentro de la amnesia
sin jamás lograr hilar frases ingeniosas,
pero descubrí cómo mentir piadosamente
acumulando en mi nuevo reino un estigma sagrado
que en ningún momento entró en contradicción con otras religiones.

Así, con un anuncio explosivo y a mis pies,
le di la bienvenida a mi nueva forma.


Leonora

Leonora me mira con su alegría contagiosa.
Lleva seda trasparente, camina por la plaza con sus manos alargadas, quizá no me guste el matiz de sus manos.
Siempre estoy preso de la incomprensible espesura de sus ojos, en pocas palabras:
amo el torbellino. De ahí recorro las rocas y el vuelo de su pelo,
la luz que llega de todas partes para que nuestras sombras se abracen,y por supuesto la ilusión de lo que fue y será, el ahora que nos cuenta la inocencia de un beso.


¿Dejó marcados sus labios en mí? paso mis dedos sobre mi boca
para besarla una vez más, y cuando de nuevo la luz roza la línea que dejó,
su caricia se desvanece sin encontrar mis ojos.
No color, todos los colores, la irrupción indefinible
del blanco y negro,
y la efectividad sumida en la sonrisa de Leonora que ya es un punto en el horizonte,
como el suspiro enigmático de los pordioseros que recogen las migajas de las palomas en la plaza.

…NADA SUCEDE DONDE ESTÁN LOS COLORES, NADA SUCEDE.





NEGRO

Resurrección

En el espejo del fondo, donde lo difuso deja apreciar lo que queremos y no lo que somos, en ese lugar desierto de sustancia, la luz del sol retoca las imágenes como una gran palabra rota, existencia total, predicado eterno de la evidencia. Ahí, donde se acerca el crepúsculo, el espejo llega para sentenciarme y una risa cínica se transforma en alegría patética.

Más allá veo cómo dos niñ@s combaten por un lugar en otro mundo.
No podría hablar de epopeya al reconocer estos matices que vienen a delatarme.
Los pequeños viven degollados detrás de las vitrinas.
Siento cómo los miran y adoran desde balcones derramados de goce,
con manos que saludan al vacío donde vuela el blanco y negro como presagio de una tormenta.

Da =,
aún no renazco ni me destrozo
mientras espero que el silencio florezca desde mi sangre
y por fin sienta los verdaderos ojos de los pordioseros,
o que suelte la mano de Leonora sin miedo a perderme
detonando mi esperanza concretada en sus oídos,
aunque no sirva de nada.

Por 40 años paso por el mundo sin pena ni gloria
hasta que por fin, con una leve sonrisa,
estoy hecho pedazos,
y mi visión en blanco y negro me permite
al menos ver en dimensión.

Y subsistir en parte y alma.

Los Ambientalistas

En el salón de un último piso, donde se desatan las nubes,
los ambientalistas trafican fotos de lugares turísticos.

No veo sus caras pero los reconozco.
Vestidos con trajes de fiesta
articulan su ofensiva
sobre una hoja
que
cae.

Entre gráficos y cigarros mi ánimo desaparece.
El azul tenebroso que predomina más arriba reposa en el panorama.

Mueven sus labios a razón de las hélices del cielo
produciendo lluvias espontáneas
borrando objetos con sus bocas.

Por
una
palabra,
un
dedo
o
la
piel.


El alboroto de mis hijos no llega desde el vientre de Leonora.
Entro en pánico.
Continúan hablando del porvenir.
Los techos de las casas vuelan de sus cimientos.
Los viejos mueren apresurados.
El gris aterriza en mi mirada.
Aferrando sus cabezas con las manos
Los ambientalistas
se asocian como letras del abecedario
iniciando una tortura imperceptible
como cuando pides cambiar tu sello
y te pierdes a ti mismo.

Mi gato se evapora en tiempo real.

El seductor blanco y negro
me asusta por primera vez
como el humo de sus manos
que rebota en sus bocas.


Escupen sus palabras que desnudan
desmiembran
destruyen desde adentro.

Nada.

No subo más allá de sus cuellos
que se estiran dentro del salón
donde descansa una gran mesa ovalada
y 12 tazas de café esparcidas al azar.

¡grito en los cuellos de los ambientalistas!
No me ven.
Se abrazan por su triunfo
y siguen gastando letras
como si sus oraciones
desvistieran el mundo.

Mis manos aferradas a sus cuellos
no hacen nada.
Ni piedad ni venganza.
Duermo en mi idea de futuro
acurrucándome en el frío,
y siento la faz helada de la mañana
que se asoma quietamente
sobre mis labios vacíos.


La irrupción del gris

Siempre vamos por las calles lluviosas de esta ciudad horrible con nuestros ataúdes a cuestas.
Mis amigos de negro intenso como los ojos de Leonora caminan pasos oscuros entre los árboles.
Sobre nuestros pelos sedosos vestidos en negro profundo bajan voces hambrientas de sed y triunfo.
Y el peso del agua la sed y los ataúdes nos hunden en el lodo haciéndonos llorar de rabia.

Preámbulo

Y aunque digo y nadie escucha:
“los episodios que pasaron están justificados en beneficio de los amaneceres”.
Y también grito:
“¡segundas, terceras partes, qué importan si dios entra en el formato tanto como el diablo!”.
Del mismo modo me desprendo de su sentido
porque no son el blanco o el negro, la luz o la oscuridad,
van de la mano limpiando gente en el intento oportuno y sutil de subir su audiencia.

Y como aquí en la calle donde sobrevivo hay olor humano, el pasado tiene el aroma exacto del bien y el mal, y yo, con mi forma, he permitido la misión a la que me consagré:
ir por los que aún viendo esta diferencia,
reciben su naturaleza como la nada sobre y bajo la nada.
Todos los que viven en menos que ser, menos que nada,
los susceptibles de avasallar con un soplo.

Estoy aquí por su subhonor, vivo como un parásito que intenta ser un puente entre un vacío y otro, un pobre vacío.

Así como no se sabe cuál es la línea que divide al blanco y negro,
mis movimientos se confunden con los espacios y sentimientos de los que amé y respeté.

Final (el abismo del color)

Queda poco por hacer.
Y si algo hice no lo recuerdo.
Los peldaños que bajamos con Leonora
desde las sobrerruinas que dejaron los ambientalistas
arrastran nuestra grandeza: pisada textura pigmento.
Leonora suelta mi mano sin prejuicios.
Me mira y sonríe despidiéndose.
Su transparencia se estrella sobre el suelo gris.

Ah, vivir en blanco y negro, elegirlo como se elige el mejor fruto
y ahora escapar otra vez.
¿una nueva versión de mi mismo podrá salvarme?
¿y de qué, si el público sólo quiere divertirse sentado en la oscuridad?
Continúo.
Mi corazón late como cuando tomas
por primera lo que amas.
¿Reconoceré mi color?

Surge un espacio difícil donde apenas entro.
Son los ojos de la lechuza que me enseñó a nombrar el blanco y negro.

En el umbral escucho los aullidos de lo que destrocé.
Quizá, susurro, desafié al tiempo envejeciendo todo lo vivo a mi alrededor.
Quizá no toqué y al no hacerlo nada cambió.
Quizá mi renuncia haya calmado el alma de los que agobié.

Me encojo de hombros para perdonarme tanta miseria programada
y encuentro en esas voces devastadas que cubrí un mullido cojín.
El preciso instante donde soy a costa de lo que no soy, fui o seré.
Y le pido al respetable que me disculpe por mi poca profundidad,recordándole,
si es lícito, que fui relegado por mí y por ellos mismos
a ese silencio en blanco y negro.
Acaso, antes de ceder y concluyendo, solicito al mundo que reconozca mi inocencia de no querer estar, que me premie por no tener al odio como dimensión cuando caminé, quizá que me reviva cuando recuerde mi palabra en

blanco y negro.

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