martes, abril 05, 2011

LA ESPONTANEIDAD DADAISTA por TRISTAN TZARA




Yo llamo amiquémeimportismo a una manera de vivir en la que
cada cual conserva sus propias condiciones respetando, no obstante,
salvo en caso de defensa, las otras individualidades, el twostep
que se convierte en himno nacional, las tiendas de antiguallas,
el T.S.H., el teléfono sin hilos, que transmite las fugas de Bach,
los anuncios luminosos, los carteles de prostíbulos, el órgano que
difunde claveles para el buen Dios y todo esto, todo junto, y
realmente sustituyendo a la fotografía y al catecismo unilateral.
La simplificidad activa.
La impotencia para discernir entre los grados de claridad: lamer
la penumbra y flotar en la gran boca llena de miel y de excrementos.
Medida con la escala de lo Eterno, toda acción es vana (si dejamos
que el pensamiento corra una aventura cuyo resultado sería infinita
mente grotesco; dato, también éste, importante para el conocimiento de la humana impotencia). Pero si la vida es una pésima farsa
sin fin ni parto inicial y como creemos salir de ella decentemente como crisantemos lavados, proclamamos el arte como única base de entendimiento. No importa que nosotros, caballeros del espíritu,
le dediquemos desde siglos nuestros refunfuños. El arte no aflige
a nadie y aquéllos que sepan interesarse por él recibirán, con
sus caricias, una buena ocasión de poblar el país con su conversación.
El arte es algo privado y el artista lo hace para sí mismo; una
obra comprensible es un producto de periodistas. Y me gusta
mezclar en este momento con tal monstruosidad los colores al
óleo: un tubo de papel de plata, que, si se aprieta, vierte automática-
mente odio, cobardía y villanía. El artista, el poeta aprecia el
veneno de la masa condensada en un jefe de sección de esta industria.
Es feliz si se le insulta: eso es como una prueba de su coherencia.
El autor, el artista elogiado por los periódicos, comprueba la com-
prensibilidad de su obra: miserable forro de un abrigo destinado
a la utilidad pública: andrajos que cubren la brutalidad, meadas
que colaboran al calor de un animal que incuba sus bajos instintos,
fofa a insípida carne que se multiplica con la ayuda de los microbios
tipográficos. Hemos tratado con dureza nuestra inclinación a las
lágrimas. Toda filtración de esa naturaleza no es más que diarrea
almibarada. Alentar un arte semejante significa digerirlo. Nos hacen
falta obras fuertes, rectas, precisas y, más que nunca, incomprensibles. La lógica es una complicación. La lógica siempre es falsa.
Ella guía los hilos de las nociones, las palabras en su forma exterior
hacia las conclusiones de los centros ilusorios. Sus cadenas matan,
miriápodo gigante que asfixia a la independencia. Ligado a la
lógica, el arte viviría en el incesto, tragándose su propia cola,
su cuerpo, fornicando consigo mismo, y el genio se volvería una
pesadilla alquitranada de protestantismo, un monumento, una marcha de intestinos grisáceos y pesados.
Pero la soltura, el entusiasmo y la misma alegría de la injusticia,
esa pequeña verdad que nosotros practicamos con inocencia y
que nos hace bellos (somos sutiles, nuestros dedos son maleables
y resbalan como las ramas de esta planta insinuante y casi líquida)
caracterizan nuestra alma, dicen los cínicos. También ése es un
punto de vista, pero no todas las flores, por fortuna, son sagradas,
y lo que hay de divino en nosotros es el comienzo de la acción
antihumana. Se trata, aquí, de una flor de papel para el ojal
de los señores que frecuentan el baile de disfraces de la vida,
cocina de la gracia, con blancas primas ágiles o gordas. Esta gente
comercia con lo que hemos desechado. Contradicción y unidad
de las estrellas polares en un solo chorro pueden ser verdad, supuesto
que alguien insista en pronunciar esta banalidad, apéndice de una
moralidad libidinosa y maloliente. La moral consume, como todos
los azotes de la inteligencia. El control de la moral y de la lógica
nos han impuesto la impasibilidad ante los agentes de policía,
causa de nuestra esclavitud, pútridas ratas de las que está repleto
el vientre de la burguesía, y que han infectado los únicos corredores
de nítido y transparente cristal que aún seguían abiertos a los
artistas.
Todo hombre debe gritar. Hay una gran tarca destructiva,
negativa por hacer. Barrer, asear. La plenitud del individuo se
afirma a continuación de un estado de locura, de locura agresiva
y completa de un mundo confiado a las manos de los bandidos
que se desgarran y destruyen los siglos. Sin fin m designio, sin
organización: la locura indomable, la descomposición. Los fuertes
sobrevivirán gracias a su voz vigorosa, pues son vivos en la defensa
La agilidad de los miembros y de los sentimientos flamea en
sus flancos prismáticos.
La moral ha determinado la caridad y la piedad, dos bolas
de sebo que han crecido, como elefantes, como planetas, y que,
aún hoy, son consideradas válidas. Pero la bondad no tiene nada
que ver con ellas. La bondad es lúcida, clara y decidida, despiadada
con el compromiso y la política. La moralidad es como una infusión
de chocolate en las venas de los hombres. Esto no fue impuesto
por una fuerza sobrenatural, sino por los trusts de los mercaderes
de ideas, por los acaparadores universitarios. Sentimentalidad: viendo un grupo de hombres que se pelean y se aburren, ellos inventaron
el calendario y el medicamento de la sabiduría. Pegando etiquetas
se desencadenó la batalla de los filósofos (mercantilismo, balanza,
medidas meticulosas y mezquinas) y por segunda vez se comprendió
que la piedad es un sentimiento, como la diarrea en relación con el asco que arruina la salud, una inmunda tarea de carroñas
para comprometer al sol.

Yo proclamo la oposición de todas las facultades cósmicas a tal blenorragia de pútrido sol salido de las fábricas del pensamiento filosófico y proclamo la lucha encarnizada con todos los medios del asco dadaísta.

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