jueves, abril 21, 2011

TERCERA CARTA CONYUGAL por ANTONIN ARTAUD




Desde hace cinco días he dejado de vivir a causa de ti, a
causa de tus estúpidas cartas, por tus cartas no de espíritu
sino de sexo, por tus cartas llenas de reacciones de sexo y
no de razonamientos conscientes. Estoy harto de nervios,
harto de razones; en lugar de protegerme, tú me agobias,
me agobias por que lo que dices es errado. Siempre has
errado. Siempre me has juzgado con la sensibilidad más
baja que hay en la mujer. Te empeñas en no admitir
ninguna de mis razones. Pero a mí ya no me quedan
razones, ya no tengo nada de qué disculparme, ya no tengo
nada que discutir contigo. Conozco mi vida y eso me
alcanza. Y en el instante en que comienzo a meterme en mi
vida, más y más me socavas, causas mi desesperación;
cuantos más motivos te doy para esperar, para que seas
paciente, para tolerarme, más encarnizadamente te
empeñas en destrozarme, en hacerme perder los beneficios
logrados, más intolerante eres con mis males. Del espíritu lo
desconoces todo, nada sabes de la enfermedad. Todo lo
juzgas llevada por las apariencias externas. Pero yo conozco
mi interior, ¿verdad?, y cuando te grito no hay nada en mí,
nada en mi persona, que no sea causado por la existencia
de un mal anterior a mí mismo, previo a mi voluntad, nada
en ninguna de mis más inmundas reacciones que no
provenga exclusivamente de mi enfermedad y no le fuera
imputable, sea cual sea el caso, vuelves a esgrimir tus
razones equivocadas que se fijan en los detalles nimios de
mi persona, que me condenan por lo más mezquino. Pero
cualquier cosa que yo haya podido hacer de mi vida, ¿no es
verdad? no me ha impedido retornar paulatinamente a mi
ser e instalarme un poco más cada día. En ese ser que la
enfermedad me había arrebatado y que los reflujos de la
vida me reintegran pedazo a pedazo. Si no supieras a qué
me había entregado para limitar o extirpar los dolores de
esa separación intolerable, tolerarías mis desequilibrios, mis
estruendos, ese desmoronamiento de mi persona física,
esas ausencias, esos achatamientos. Y en virtud de que
supones que se deben al uso de una sustancia, que de sólo
nombrarla oscurece tu razón, me acosas, me amenazas, me
arrastras a la locura, me destrozas con tus manos ira la
materia misma de mi cerebro. Sí, me obligas a obstinarme
más conmigo mismo, cada una de tus cartas parte a mi
espíritu en dos, me tira a insensatos callejones sin salida,
me destruye con desesperaciones, con furores. No puedo
más, te he gritado suficiente. Deja de razonar con tu sexo,
asimila de una vez la vida, toda la vida, ábrete a la vida,
mira las cosas, mírame, renuncia, y deja al menos que la
vida me abandone, se expanda ante mí, en mí. No me
agobies. Basta.
La Cuadrícula es un momento espantoso para la
sensibilidad, la materia.

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