martes, septiembre 27, 2011

L A COPA TERRESTRE por ROSAMEL DEL VALLE



Estás ahí, penumbra donde mi cuerpo desciende
A la caverna del ciego que cuenta sus huesos.
Estás ahí, ¿eres tú? Anciana cuidadora de las puertas.
Visión tatuada en los jardines que se apartan al verme.
¿Duermen los perros brillantes que lamían la noche?
No los oigo sentarse a la sombra, ni rechazar el sonido
Con que hila el tiempo el traje de los muertos.

Tu cuerpo cubre el césped rojo por el verano,
Ceñidas las rodillas con insectos y tijeras.
¿Han lavado los jardines? Solamente ha crecido la
bruma
Para cerrar las puertas, para cavar el sueño.

Han sido numerosos los huéspedes del otro invierno.
Desenterraban cánticos donde lucían arpas las hojas.
Bailaban tal vez y vaciaban la noche. Dormían tal vez
En pesada carrera detrás de los sueños. Y tú, y tú
Con las viejas llaves en el corazón.
Ibas y venías por la escala, por el tiempo,
Por las visiones ardientes.

Siempre allí, oh Anciana, cerca de los pies torcidos
En lo vivo de mí aunque borroso. En lo mío sin mí.
¿Cómo me sostenías al borde de tanta luz? Las cosas
Años y años en el recuerdo de las horas degolladas.
A veces limpiándote los días de la frente,
Rodeada de ángeles cansados de brillar.

Y campanas también. Campanas de vuelta de la noche,
Con pasto crecido entre los dientes.
Tú. debajo de los pasos nocturnos, debajo de las bocas
turbadas
De tanto cavar en la memoria. Tú, con las llaves.
¿Pasaban las bodas, los entierros, los ruidos de la feria?
¿Pasaban los bebedores, los sonámbulos, los crucificados?

Ellos son los dueños de la noche, los que gastan sus monedas
Sueñan con arpas al hombro, con la cabeza vacía.

Conversan con lo que va a venir, como el espejo con
las cosas
Detrás de un secreto, de una frente que se mueve.
Alegres por desdichados sabores. O mirando pan
adentro
Por ti se ahogan a veces las olas de la harina.
Ellos, a tu puerta, para oirte dormir. Para separar
la bruma
Que te rodea la cabeza si a lo lejos el mundo
Se deja devorar por las piedras de la noche.

Ellos y tú, oh mirada terrestre fija en el borde de mi
En la estatua del tiempo que me crece a la espalda
Tú ahí, despierta por ti misma,
Prendida a la niebla que desgarran las horas. El polvo
En la frente, cercada por muros y torres.
¿Hay una Navidad que dura
Más de un día en las campanas del corazón.

Entre tú y yo todo crece hundido y sin sabor.
¿Recuerdas los bebedores de los domingos? ¿Los ancianos
que
Escarbaban el tiempo en la hierba? ¿Las voces y las
máscaras?
Ellos mismos eran el fuego. El día caído, la hora.
Todo podía pasar y cambiar. Mientras el Angel de tu
puerta
Reparaba las naves nocturnas apartando con las manos
el ruido
He ahí el sueño sumergido en mi memoria. La imagen,
Que nada podría borrar sobre la tierra.

¿Me oyes aún en las llamas? ¿Me oyes perecer en el
árbol
Nacido para la muerte? Estoy detrás de ti. Te he oído
Cruzar el umbral, apartar la hierba y salir
A mi encuentro en la noche derrumbada.
Mi mano va a tu lado y hace ruido sin que la veas.
Sacude las plantas que se doblan.
Abre los ojos de las hojas.
Y sobre todo el calor de la muerte que eres. Nada
Puede permanecer de rodillas si pasas y si mi sombra
Te precede en el polvo derramado de las cosas.

Oh, muerte recomenzada. Ninguna vana luz, ninguna
piedra
Podría decir que la habitas. Pero la madre de la noche
Enreda tus vestidos en las llamas, mueve la humedad
Y te sienta a la orilla de los pozos donde me vi nacer.
Extraña imagen de ti misma y fuera de ti. Allí, allí
todavía
Donde los muertos remueven la tierra. Donde los ángeles
Cuidan de las hachas y las palas sin dormir.

Ellos están siempre despiertos y apartan la niebla.
Se oyen vivir y deshacerse. Y aman la tierra que cavan.
Cada hoyo es una puerta. Cada ser sumergido. un viajero
Ellos, ellos, la visión nocturna detrás de los árboles.

Nosotros somos el ruido, la vara movible, el barro.
El poco de barro que rechaza la voz. Huíd, huíd,
lámparas
Huíd, escalas de oro por donde hay que descender.
Yo soy la visión, yo soy la tempestad, yo soy el fuego.
Abridme las puertas de par en par. Que se aparte la
noche
Yo soy el que dice: «Primero brillarán los peces en
mi sien
Primero rodarán las olas fuera del mar.
Primero se anidará el tiempo debajo de mis ojos.
Después
Estar al lado de los ángeles en exilio,
De rodillas sobre el agua. Solo
Entre las ovejas ardientes dormidas en la hierba.
En conversación con los signos, cantando tal vez
Y con la cabeza en cascada».

Lo que decían tus llaves.
¿Y tú, qué piedras cuidas
Entre la carne y los huesos, entre la frente y la ceniza?

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