miércoles, mayo 29, 2013

EL SUEÑO DE LA MUERTE O EL LUGAR DE LOS CUERPOS POÉTICOS por ALEJANDRA PIZARNIK


Esta noche, dijo, desde el ocaso, me
cubrían con una mortaja negra en
un lecho de cedro.
Me escanciaban vino azul mezclado
con amargura.
EL CANTAR DE LAS HUESTES DE IGOR
Toda la noche escucho el llamamiento de la muerte,
toda la noche escucho el canto de la muerte junto
al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que
me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas
inmersiones en mis posesiones de pequeña difunta en
un jardín de ruinas y de lilas. Junto al río la muerte
me llama. Desoladamente desgarrada en el corazón
escucho el canto de la más pura alegría.
…Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace
y se pulveriza en el lugar en que el silencio pesa
como barras de oro y el tiempo es un viento afilado
que atraviesa una grieta y es esa su sola declaración.
Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos
—como una cesta llena de cadáveres de niñas. Y es
en ese lugar donde la muerte está sentada, viste un
traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla del río
lúgubre, la muerte en un vestido rojo, la bella, la funesta,
la espectral, la que toda la noche pulsó un arpa
hasta que adormecí dentro del sueño.
…La muerte es una palabra.

Tom Waits - I hope that I don't fall in love with you (Subtitulos en esp...

SUEÑO por CESARE PAVESE


¿Aún ríe tu cuerpo a la aguda caricia
de la mano o del aire, y a veces reencuentra
en el aire otros cuerpos? Muchos de ellos
regresan
de un temblor de la sangre, de una nada.
También el cuerpo
que se tendió a tu lado en esa nada te busca.
Era un juego ligero pensar que algún día
la caricia del aire podría renacer
imprevisto recuerdo en la nada. Tu cuerpo
se habría despertado una mañana, amoroso
de su misma tibieza, bajo el alba desierta.
Un agudo recuerdo te habría recorrido
y una aguda sonrisa. ¿No vuelve aquel alba?
En el aire se hubiera ceñido a tu cuerpo
esa fresca caricia, en la íntima sangre,
y si hubieras sabido que el tibio momento
respondía en el alba a un temblor diferente,
a un temblor de la nada. Lo hubieras sabido
como un día lejano supiste que un cuerpo
se tendió a tu lado.
Dormías liviana
bajo un aire risueño de frágiles cuerpos,
de una amorosa nada. Y la aguda sonrisa
te recorrió, abriéndote los ojos azorados.
¿No ha vuelto más, de la nada, aquel alba?


1937

RETRATO UNO por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


ASÍ ES Y NO HAY ESPERANZA por ALLEN GINSBERG


cien millones de carros sin gasolina
un millón de estufas de carbón quemando sedimentos
niebla sobre las ciudades
No hay esperanza de volver a acostarme con alguien,
Oh qué bello cuerpo el de ese muchacho de Jersey
City la otra noche
No hay esperanza, encerrado en yeso-de-París el hueso
roto, cráneo, corazón, intestinos, hígado, ojos y lengua
Nada tiene esperanza, el sistema solar se hunde por
completo con la Segunda Ley de la Termodinámica
y toda la galaxia, todos los universos ilusiones cerebrales
o el sólido vacío eléctrico sin esperanza
evacuándose a sí mismo a través de los Hornos cuasares
de presión,
no hay esperanza para los 300,000 narcos de NY
no hay esperanza para el Presidente empeñado en la
guerra, “luchando por la paz” enviando a su Secretario
de Estado a Israel, a la luna, China o Acapulco,
no hay esperanza para el niño Holandés que tiene el dedo
en el dique,
la crisis energética, la crisis de proteína en 1990, la Crisis
del Folklore, la Crisis de los Aborígenes, la Crisis
de los Burdeles, la vieja Crisis Nazi, la Crisis Árabe,
la Crisis del Crisopraso, la del Tungsteno, la crisis de
Panamá, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú,
Bolivia, Venezuela, Santo Domingo, Haití, Cuba,
Florida, Alabama, Tejas, Nueva Jersey, Nueva York,
la Calle 10 Oriente, la Crisis en San Juan Capistrano,
el petróleo derramado en Bahía Bolinas, la marea de
brea en Santa Bárbara, la Crisis del Monstruo de
Loch Ness & la Crisis de las Bombas en Dublín,
nada tiene esperanza, la sobrepoblación de perros, de
humanos, de cucarachas, ratas, la Estrella de Mar
Corona de Espinas, las algas verdes en el lago Erie
Sin esperanza, sin esperanza, Jesús en la Cruz o Buda
vaciado al trascender
Sin esperanza, el Primer Instituto Zen, la Segunda Iglesia
de la Resurrección, el Sistema del Tercer Ojo Inc., el
4o. Poder, la 5a. Columna del Kundalini, el 6o.
sentido, el Séptimo Sello en Caldo y la Sociedad en
Marcha el 8o. Nervio en el Sistema Vagus Nébula el
Monopolio del 9o. Grado de Samadhi el 10o.
pasajero arrepentido en el camión que se estrelló en los
cables de acero del Puente y cayó en el Abismo del
Pantano en las afueras de Roanoke —
OK sin esperanza la Conciencia Rolling Stone, el
descomunal NY Times de los domingos
Sin esperanza todo el silencio, todo Yoga, todos los
profundos Éxtasis de los Santos y los Monjes Muertos
de Hambre de Ceilán a Bután —
No hay esperanza para los dos millones de muertos en
Indochina, el medio millón de Comunistas asesinados
en Indonesia? La Masacre de Inocentes en la Ciudad
de México, las Masacres de Wounded Knee My-Lai
Lidice Ática, 15 millones que nunca volvieron de
Siberia
la muerte en el cárcel de George Jackson, Sacco & Vanzetti
electrocutados Rosenbergs, el asesinato a balazos de
Kennedy, Luther King, Malcolm X, la quema de
Zwingli, la muerte con cicuta de Sócrates la catástrofe
acéfala Jayne Mansfield en un choque & el cuerpo
deshecho en la carretera de Jimmy Dean —
Sin esperanza, los poemas de Dante & Shakespeare, de
una sustancia semejante a la de los sueños, los sistemas
de Burroughs & de Orwell, los ciclos de Vico &
Spengler, Padmasambhava Krishnamurti —vacío, sin
esperanza
como los grandes campos petroleros de Persia
las reservas petroquímicas bajo el hielo de Alaska & las
olas oceánicas de Indochina
los tanques petroleros en Venezuela & las bombas robots
de Los Ángeles,
coches abandonados en la granja, el Ford sin llantas,
el Oldsmobile sin batería, el cadáver de Myron muerto el
vecino de la Granja, el cadáver vivo de Ginsberg el
profeta
Sin esperanza.


Marzo 10, 1973

CUADRO 6 por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


CUADRO 5 por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


CUADRO 4 por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


MONÓLOGO DEL FANÁTICO por GONZALO ROJAS


Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil
que come cuatro veces al día como un puerco,
que me tutea y me deprime
con su palabra ufana,
testimonio evidente de esta parte de mí
que se muere al nacer, como una nube;
lo blando, lo confuso, lo que siempre está afuera
del peligro, el adorno y el encanto.
No beberé. No comeré otra carne
que la luz del peligro.
No morderé otra boca que la boca del fuego.
No saldré de mi cuerpo sino para morirme.
Ya no respiraré para otra cosa
que para estar despierto noche y día.

EL ESPÍRITU Y EL AGUA por PAUL CLAUDEL


Después de largo silencio humeante,
Después del gran silencio civil de muchos días
humeantes de rumores y de humaredas,
Aliento de la tierra cultivada y canto de las grandes
ciudades doradas,
De repente el Espíritu de nuevo, de repente el soplo
de nuevo
¡De repente el golpe sordo en el corazón, de repente
la palabra dada,
de repente el soplo del Espíritu, el rapto seco,
de repente la posesión del Espíritu!
Como en el cielo pleno de noche antes de que
estalle el primer fuego del relámpago,
¡De repente el viento de Zeus en un torbellino de
paja y polvo con la ropa lavada de toda la ciudad!
Dios mío, que en el principio separaste las aguas
superiores de las aguas inferiores,
Y que de nuevo has separado de esas aguas húmedas
que menciono,
Lo árido, como a un niño que separaron del
abundante cuerpo materno,
La tierra calentándose, reverdeciendo y alimentada
con leche de lluvia,
Y que en el tiempo del dolor, como en el día de
la creación, tomaste en tu mano todopoderosa
la arcilla humana y el espíritu te salpica
entre los dedos,
De nuevo después de largas rutas terrestres,
¡He aquí la Oda, he aquí ante ti esta gran Oda nueva
No como una cosa que comienza, sino poco a poco
como el mar que estaba ahí,
El mar de todas las palabras humanas con la
superficie en diversos sitios.
Reconocido por un soplo bajo la bruma y por el ojo
de la matrona Luna!
Ahora bien, cerca de un palacio color de caléndula
entre los árboles de techos numerosos que dan sombra a
un trono podrido,
Habito la ruina principal de un viejo imperio.
Lejos del mar libre y puro, amarillo o en lo más
terrestre de la tierra,
Donde la tierra misma es el elemento que se respira,
manchando
inmensamente con su sustancia el agua y el aire,
Aquí donde convergen los canales mugrosos y las
antiguas rutas desgastadas y los caminos de los asnos
y de los camellos,
Donde el emperador de las tierras terrenales traza el
surco y alza las manos al cielo útil de donde viene el
tiempo bueno y malo.
Y como en los días de turbonada, se ven
a lo largo de las costas los faros y las agujas
de roca envueltas por la bruma y la espuma
que se pulveriza,
Es así como en el antiguo viento de la Tierra, la
Ciudad cuadrada erige sus fortificaciones y sus
puertas,
Escalona sus puertas colosales en el viento amarillo,
tres veces tres puertas como elefantes,
En el viento de polvo y de ceniza, en el gran
viento gris del polvo que fue Sodoma, y los imperios de
Egipto, y de los persas, y París, y Tadmor, y Babilonia.
Pero qué me importan en el presente vuestros
imperios y todo lo que muere,
¡Y vosotros a quienes dejé con vuestros odiosos
caminos allá!
¡Puesto que soy libre! ¿me importan acaso vuestros
compromisos crueles? ¡Puesto que yo al menos soy
libre! ¡Puesto que he encontrado! ¡Puesto que al menos
estoy fuera!
¡Puesto que ya no tengo mi lugar con las cosas
creadas, sino mi parte con el que las creó, el espíritu
líquido y lascivo!
¿Se labra el mar, acaso? ¿acaso lo abonáis
como parcela de guisantes?
¿Acaso le elegís su rotación, alfalfa
o trigo o coles o remolachas amarillas
o púrpuras?
Pero es la vida misma y sin ella todo está muerto,
¡ah, quiero la vida misma sin la cual todo está muerto!
¡La vida misma, y me mata todo lo que es mortal!
¡Ah, no me basta! ¡Miro el mar! todo lo que tiene
fin me colma.
Pero aquí y por doquier que dirija el rostro y de
aquel otro lado
¡Hay más todavía y allá también y siempre y otra vez
aún más! ¡Siempre, corazón querido!
¡No temas que mis ojos lo agoten! Ah, estoy
harto de tus aguas potables.
No quiero de tus aguas compuestas, recolectadas
por el sol, filtradas y alambicadas, distribuidas
por las máquinas de las montañas,
Corruptibles, fluyentes
Vuestras fuentes no son fuentes. ¡El elemento
mismo!
¡La materia prima! ¡Es la madre, digo, que me hace
falta!
¡Poseamos la mar eterna y salada, la gran rosa gris!
¡Alzo un brazo hacia el paraíso! ¡Me dirijo hacia el mar
de entrañas de uva!
¡Me he embarcado para siempre! Soy como el viejo
marinero que ya no conoce la tierra sino por sus faros,
los sistemas de estrellas verdes o rojas señalados
por el mapa y el portulano.
¡Un momento sobre el muelle entre los fardos y los
toneles, los documentos con el cónsul, un apretón de
manos al estibador
Y después, de nuevo, la amarra soltada, el silbido
de las máquinas, el rompeolas que se rebasa,
y bajo mis pies
De nuevo la dilatación del oleaje!
Ni
El marinero, ni
El pez que otro pez lleva a comer,
Sino la cosa misma y todo el tonel y la
vena viva,
Y el agua misma, y el elemento mismo, ¡Juego,
resplandezco!
¡Comparto la libertad del mar omnipresente!
El agua
Viene siempre a reencontrar el agua,
Componiendo una gota única.
Si yo fuera el mar, crucificado por millones de brazos
sobre sus dos continentes,
Sintiendo en pleno vientre la atracción ruda del cielo
circular, con el sol inmóvil como la mecha encendida
bajo la ventosa,
Conociendo mi propia cantidad,
Soy yo, jalo, llamo con todas mis raíces, el
Ganges, el Mississippi,
La mata espesa del Orinoco, el largo hilo del Rin,
el Nilo con su doble vejiga,
Y el león nocturno bebiendo, y las ciénagas,
y las cuencas subterráneas y el corazón redondo y pleno
de los hombres que duran su instante.
¡No el mar, si soy espíritu! ¡Y como el agua
del agua, el espíritu reconoce al espíritu,
El espíritu, el hálito secreto,
El espíritu creador que hace reír, el espíritu de vida
y el gran aliento neumático, la separación del espíritu
Que cosquillea y que embriaga y hace reír!
¡Oh cómo esto es más vivo y ágil, no hay temor de
quedar
sin humedad! Por hondo que me sumerja, no puedo
vencer la elasticidad del abismo.
Como en el fondo del agua se ve a la vez una docena
de diosas de hermosos miembros,
Verduzcos, subir en una erupción de burbujas de aire
Que se regocijan en el amanecer con el día divino en
el gran encaje blanco, en el fuego amarillo y frío, en el
mar gaseoso y burbujeante!
¿Qué
Puerta me detendría? ¿Qué muralla? ¡El agua
Huele a agua, y soy más que ella misma, líquido!
¡Cómo disuelve la tierra y la piedra cimentada, tengo
por doquier inteligencias!
El agua que ha hecho la tierra, la desata; el espíritu
que ha hecho la puerta, abre la cerradura.
¿Y qué es el agua inerte al lado del espíritu, su
potencia
Al lado de su actividad, la materia comparada con el
obrero?
¡Siento, olfateo, rastreo, desenredo, respiro
con algún sentido
La cosa tal y como está hecha! ¡Y también estoy
colmado de un dios, estoy abultado de ignorancia y de
genio!
Oh fuerzas activas en mi derredor
Sé hacer tanto como vosotras, ¡Soy libre, soy
violento,
soy libre a vuestra manera que los profesores no
comprenden!
Como el árbol nuevo cada año en la primavera
Inventa, trabajado por su alma,
El verde, el mismo que es eterno, y crea de la nada
su hoja, puntiaguda,
Yo, el hombre
Sé lo que hago,
Del ímpetu y del mismo poder de nacimiento y
de creación
Hago uso, soy maestro
Estoy en el mundo, ejerzo en todas partes
mi conocimiento.
Conozco todas las cosas y todas las cosas se conocen
por mí.
Aporto a cada cosa su alumbramiento,
Por mí
Ninguna cosa permanece en la soledad sino que asocio
una con otra en mi corazón:
¡Esto aún no basta!
¿Qué me importa la puerta abierta si no tengo la
llave?
¿Y qué me importa mi libertad si no soy mi propio
maestro?
Miro todas las cosas, miradme todos, pues no soy el
esclavo sino el dominador.
Toda cosa
Más que sufrir impone, forzando que se
avenga con ella, todo ser nuevo
¡Una victoria sobre los seres que ya eran!
Y tú que eres el Ser perfecto, ¡Tú no has impedido
que también yo sea!
Miras al hombre que yo creo y al ser que de ti tomo.
¡Oh Dios Mío, mi ser suspira hacia el tuyo!
¡Líbrame de mí mismo! ¡Libera al ser de la
condición!
¡Soy libre, líbrame de la libertad!
¡Veo muchas formas de no ser, mas no hay sino
una sola forma
De ser, que es ser en ti, que es Tú mismo!
El agua
Aprehende el agua, el espíritu da olor a la esencia.
Dios mío, que has separado las aguas inferiores
de las aguas superiores,
¡Mi corazón gime por ti, líbrame de mí mismo,
porque tú eres!
¿Qué es esta libertad, y qué debo hacer en otra parte?
Debo sostenerte.
Dios mío, veo al hombre perfecto sobre la cruz,
perfecto sobre el Árbol perfecto
Tu hijo y el nuestro, en su presencia y en la nuestra
clavado de pies y manos con cuatro clavos,
¡El corazón roto en dos y las grandes Aguas
que penetran hasta su corazón!
¡Líbrame del tiempo y toma mi corazón miserable
toma, Dios mío, este corazón que late!
¡Más yo no puedo forzar en esta vida
Hacia ti por este mi cuerpo, y tu gloria
es como la resistencia del agua salada!
¡La superficie de tu luz es invencible y no puedo
encontrar el lado débil de tus resplandecientes tinieblas!
Tú estás allá y yo estoy allá.
Y tú me impides pasar y yo también te
impido pasar.
Y tú eres mi fin, y yo también soy tu fin.
Y como el gusano más endeble que se sirve del sol
para vivir y de la máquina de los planetas,
Así no hay un soplo de mi vida que yo no tome
de tu eternidad.
¡Mi libertad está limitada por mi sitio en tu
cautiverio y por mi ardiente parte en el juego!
A fin de que no escape este rayo de tu luz, creadora
de vida, que me estaba destinado.
¡Y tiendo las manos a diestra y siniestra
A fin de que por mí no quede
ningún vacío en el perfecto recinto de tus criaturas!
¡No hay necesidad de que yo muera para que tú vivas!
Tú estás en este mundo visible como en el otro.
Tú estás aquí
Tú estás aquí y yo no puedo estar en ninguna parte
sino contigo.
¿Qué me sucede? Es como si este viejo mundo
estuviera ahora cerrado.
Así como antaño cuando trajeron la cabeza desde el
cielo encima del templo,
La piedra clave de la bóveda vino a apresar el bosque
pagano.
¡Oh Dios mío, veo ahora la clave que libera,
no es aquella que abre, sino la que cierra!
¡Tú estás aquí conmigo!
¡Estás cerrado por tu voluntad como por un muro
y por tu potencia como por una fortísima muralla!
Y he aquí que como antes Ezequiel con la caña
de siete codos y medio,
Estás atrapado y de un rincón del mundo al otro
alrededor de ti
He tendido la inmensa red de mi conocimiento.
Como la melodía que inicia con metales
Gana las maderas y progresivamente invade las
profundidades de la orquesta
Y como las erupciones del sol
Que repercuten sobre la tierra en crisis de agua y
maremoto,
Así, desde el más grande Ángel que te contempla
hasta la piedra del camino y de un rincón de tu creación
hasta el otro,
No cesa la continuidad, como tampoco entre el alma
y el cuerpo;
El movimiento inefable de los serafines se propaga
en los Nueve órdenes de los Espíritus,
¡Y he aquí el viento que se eleva sobre la tierra,
El sembrador, el Recolector!
Así el agua continúa el espíritu y lo soporta y lo
alimenta,
Y entre
Todas tus criaturas hasta ti, hay como un
enlace líquido.
¡Te saludo, oh mundo liberal ante mis ojos,
Comprendo por qué estás presente,
Lo Eterno sí está contigo, y donde está
la Criatura, el Creador no la ha abandonado!
Yo estoy en ti y tú estás en mí, tu posesionen la mía.
Y ahora en nosotros por fin
Resplandece el comienzo,
Resplandece el nuevo día, resplandece en la posesión
de la fuente, yo sé qué juventud angélica!
Mi corazón no marca más el tiempo, es el instrumento
de mi perduración,
Y el imperecedero espíritu contempla las cosas
pasajeras.
¿Pero he dicho pasajeras? He aquí que ellas
recomienzan.
¿Y mortales? No hay tampoco muerte conmigo.
Todo ser, como
Obra de la Eternidad, es también su expresión.
La eternidad es presente y todas las cosas presentes
suceden en ella
No es el texto desnudo de la luz: mirad, todo está
escrito de un lado a otro:
Se puede recurrir al detalle más gracioso: no falta
sílaba ninguna.
La tierra, el cielo azul, el río con sus embarcaciones
y tres árboles cuidadosamente plantados en la orilla,
La hoja y el insecto sobre la hoja, esta piedra
que sopeso con mi mano,
La aldea con toda esa gente de dos ojos
que a la vez habla,
teje, comercia, enciende fuego, lleva fardos,
completa como una orquesta que toca,
Todo esto es la eternidad, y la libertad de no ser
le ha sido negada,
¡Yo los veo con los ojos del cuerpo, los produzco
en mi corazón!
¡Con los ojos del cuerpo, en el paraíso no usaré
otros ojos sino estos mismos!
¿Se dice acaso que el mar pereció porque otra ola
y una tercera y una enésima sucede
A ésta que se resuelve triunfalmente en la espuma?
El mar está contenido en sus riberas y el
Mundo en sus límites, nada se pierde en este lugar
cerrado,
Y la libertad está contenida en el amor,
Palpita
En todas las cosas el deseo de inventar la
aproximación más
exquisita, toda belleza en su insuficiencia.
Yo no os veo, pero me perpetúan estos seres
que os ven.
No se entrega sino lo que se ha recibido.
Y como todas las cosas de ti
Han recibido el ser, en el tiempo restituyen la
eternidad.
Y yo también
Tengo una voz y escucho y oigo el ruido que ella hace.
Y produzco agua con mi voz, como si fuera agua
pura, y porque ella nutre todas las cosas, todas las cosas
se reflejan en ella.
¡Así la voz con la que yo hago de ti palabras eternas!
no puedo nombrar nada sino lo eterno.
¡La hoja muere y el fruto cae, pero la hoja
en mis versos no perece,
Ni el fruto maduro, ni la rosa entre las rosas!
Ella perece, mas su nombre en el espíritu que es mi
espíritu ya no perece. Hela aquí liberada del tiempo.
Y yo que hago las cosas eternas con mi voz,
haz que yo sea eternamente
Esta voz ¡Una palabra totalmente inteligible!
¡Libérame de la esclavitud y del peso de esta materia
inerte!
¡Clarifícame, pues! despójame de estas tinieblas
execrables y haz que yo sea, por fin,
Toda esta cosa deseada oscuramente en mí.
¡Vivifícame, así como el aire aspirado por nuestra
máquina hace brillar nuestra inteligencia como una brasa!
Dios, que has soplado sobre el caos, separando lo seco
de lo húmedo,
Que has soplado sobre el Mar Rojo, que se apartó
ante Moisés y Aarón,
Sobre la tierra mojada, he aquí al hombre,
Mandas también sobre mis aguas, y has puesto
en mi nariz el mismo espíritu de creación y de figura.
No es lo impuro lo que fermenta, lo puro es
la simiente de vida.
¿Qué es el agua sino la necesidad de ser líquido
Y perfectamente claro en el sol de Dios como una
gota traslúcida?
Y qué me dices del azul del aire que conviertes en
líquido
¡Oh, qué precioso elixir es el alma humana!
Si el rocío resplandece en el sol,
¡Cuánto más el carbunclo humano y el alma
substancial en la luz inteligible!
¡Dios que has bautizado con tu espíritu el caos
Y que la víspera de Pascuas exorcizas por la boca
de tu sacerdote la fuente pagana con la letra psi,
Fecundas con el agua bautismal nuestra agua
humana
Ágil, gloriosa, impasible, imperecedera!
El agua transparente ve por nuestros ojos y sonora
escucha por nuestra oreja y prueba
Por la boca púrpura que abreva en la séxtuple fuente,
Y colorea nuestra carne y modela nuestro cuerpo
plástico.
Y como la gota seminal fecunda la figura matemática,
repartiendo
El inicio abundante de los elementos de su teorema.
¡Así el cuerpo de gloria desea bajo el cuerpo de
barro, y la noche
Se disuelve en la visibilidad!
¡Dios mío, ten piedad de estas aguas deseantes!
¡Dios mío, ves que yo no soy solamente
espíritu sino agua! ¡Ten piedad de estas aguas que mueren
de sed dentro de mí!
Y el espíritu está deseante, mas el agua es la cosa
deseada.
¡Oh, Dios mío, tú me has dado este instante
de luz para verla,
Como el hombre joven que piensa en su jardín en el
mes de agosto y ve por intervalos todo el cielo y la
tierra de una sola mirada,
El mundo de una sola mirada atravesado por
un rayo dorado!
¡Oh fuertes estrellas sublimes y qué fruto entrevisto
en el negro abismo! ¡Oh flexión sagrada del largo ramaje
de la Osa Menor!
No moriré.
¡No moriré, soy inmortal!
¡Y todo muere, mas yo crezco como una luz más
pura!
Y así como ellos hacen muerte de la muerte, de su
exterminio hago mi inmortalidad.
¡Que cese yo de ser oscuro! ¡Utilízame!
¡Extrae mi esencia con tu mano paternal!
Saca al fin
Todo el sol que hay en mí y la capacidad de
tu luz, que yo te vea
Ya no sólo con los ojos, sino con todo mi cuerpo
y mi sustancia y la suma de mi cantidad resplandeciente
y sonora!
El agua divisible que da la medida del hombre
No pierde su naturaleza que es la de ser líquida
y perfectamente pura por lo que todas las cosas se
reflejan en ella.
Como esas aguas que sustentaron a Dios en el
principio,
Así estas aguas hipostáticas en nosotros
No cesan de desearlo, ¡no hay deseo más que de él!
Pero lo que hay en mí de deseable no está maduro.
Que la noche esté pues en espera de mi partición
donde lentamente se elabora desde mi alma
La gota pronta a caer por su peso.
¡Déjame hacer una libación de las tinieblas,
Como la fuente de la montaña que da de beber al
Océano con su pequeña concha!
¡Dios mío, que conoces por su nombre a cada
hombre desde antes de que nazca,
Recuérdame pues estaba oculto en la fisura
de la montaña,
Allá donde brotaban las fuentes de agua hirviente, y
acuérdate
de mi mano sobre la pared colosal de mármol blanco!
¡Oh Dios mío cuando el día se apaga y Lucifer
aparece solitario en Oriente,
Nuestros ojos únicamente no son sólo nuestros ojos,
nuestro corazón, también nuestro corazón aclama la
estrella inextinguible,
Nuestros ojos van hacia su luz y nuestras aguas hacia
el destello de esta gota glorificada!
¡Dios mío, si has colocado esta rosa en el cielo,
dotado
De tanta gloria, este glóbulo de oro en el rayo de la
luz creada,
Cuánto más al hombre inmortal animado de la eterna
inteligencia!
¡Así la viña bajo sus racimos colgantes, así el árbol
frutal el día de su bendición,
Así el alma inmortal a quien este cuerpo que perece
no basta!
Si el cuerpo extenuado desea el vino, si el corazón
adorante saluda a la estrella reencontrada
¿Cuánto más el alma deseante de resolución no vale
la otra alma humana?
¡Y yo también al fin la he encontrado, la muerte
que me era necesaria! He conocido a esta mujer. He
conocido el amor de la mujer.
He poseído la interdicción. ¡He conocido esta fuente
de sed!
¡He deseado el alma, saberla, esta agua que no
conoce
la muerte! ¡He sostenido entre mis brazos al astro
humano!
Oh amiga, no soy un dios,
Y mi alma no la puedo compartir y tú no puedes
tomarme y contenerme y poseerme.
Y he aquí que como alguien que se aleja, tú me
has traicionado, ¡Tú no estás más en ninguna parte,
oh rosa!
¡Rosa, no veré más tu rostro en esta vida!
Y heme aquí solo, al borde del torrente, el rostro
contra el suelo
Como un penitente al pie de la montaña de Dios:
los brazos en cruz en el trueno de la voz rugiente!
¡He aquí las grandes lágrimas que brotan!
¡Y estoy allá como alguien que muere, y que
se asfixia y que siente náuseas, y toda mi alma fuera
de mí brota como un gran chorro de agua clara!
Dios mío,
Me veo y me juzgo, y ya no tengo precio alguno
para mí mismo.
Tú me has dado la vida: te la devuelvo, prefiero
que recobres todo.
¡Me veo al fin! y tengo desolación, y el dolor
interior abre en mí todo como un ojo líquido.
¡Oh Dios mío, no quiero ya nada, y te devuelvo
todo, y ya nada tiene precio para mí,
Y ya no veo más que mi miseria, y mi nada, y mi
privación, y esto al menos es mío!
¡Ahora brotan
Las fuentes profundas, brota mi alma salada, estalla
en un grito la bolsa profunda de la pureza seminal!
¡Ahora me soy perfectamente claro, todo
Amargamente claro, y ya no hay nada en mí
Sino una perfecta privación sólo de ti!
Y ahora de nuevo, después de un año,
Como el segador Habacuc a quien el Ángel condujo
hasta Daniel sin que hubiera cortado el asa de su cesto,
El espíritu de Dios me ha encantado de un golpe por
encima del muro y heme aquí en este país desconocido.
¿Dónde está el viento ahora? ¿dónde está el mar?
¿dónde, el camino que me ha llevado hasta aquí?
¿Dónde están los hombres? No hay más que el cielo
siempre puro. ¿Dónde está la antigua tempestad?
Presto oído: y no hay más que este árbol
que se estremece.
Escucho, y no hay más que esta hoja insistente.
Sé que la lucha ha terminado. ¡Sé que la tempestad
ha terminado!
Hubo el pasado, mas ya no existe. Siento sobre
mi rostro un soplo más frío.
He aquí de nuevo la Presencia, la pavorosa soledad, y
de pronto, el soplo de nuevo sobre mi rostro.
Señor, mi viña está en mi presencia y veo que
mi liberación ya no me puede escapar.
Aquél que conoce la liberación, se ríe ahora
de todas las ataduras. Y ¿quién comprenderá la risa que
hay en su corazón?
Mira todas las cosas y ríe.
Señor, aquí estamos bien en este lugar, que yo no
retorne a la mirada de los hombres.
Dios mío, ocúltame a la mirada de todos los hombres,
que ya no sea conocido por ninguno de ellos,
Y como de la estrella eterna
Su luz, que no quede nada de mí sino sólo la voz.
¡El verbo inteligible y la palabra en su esencia y la
voz que es el espíritu y el agua!
Hermano, no puedo darte mi corazón, pero donde la
materia no sirve vale y va la palabra sutil
Que soy yo mismo con una inteligencia eterna.
Escucha, hijo mío, e inclina hacia mí la cabeza
y te daré mi alma.
Hay mucho ruido en el mundo y sin embargo
el amante con el corazón deshecho escucha solo en lo
alto del árbol como se estremece la hoja sibilina.
Así, entre las voces humanas, ¿cuál es ésta que no es
ni más alta ni más baja?
¿Por qué, entonces, sólo tú la escuchas? ¡Porque es
la única que se somete a una medida divina!
¡Porque ella es toda entera la medida misma,
La medida santa, libre, todopoderosa, creadora!
Ah yo lo percibo ¡El espíritu no cesa de ser
sustentado sobre las aguas!
Nada existe, hermano mío, ni siquiera tú mismo,
Sino por una proporción inefable
y el justo número sobre las aguas infinitamente
divisibles!
¡Escucha, hijo mío, y no me cierres tu corazón,
y recibe
La invasión de la voz razonable, en quien está la
liberación del agua y del espíritu, por las cuales son
Explicadas y resueltas todas las ataduras!
No es la lección de un maestro, ni la tarea
que se da para que se aprenda,
Es un alimento invisible, es la medida que está
por encima de toda palabra,
Es el alma que recibe al alma y todas las cosas en ti
se vuelven claras.
¡Hela aquí, pues, en el umbral de mi casa, la Palabra
que es como una joven muchacha eterna!
¡Abre la puerta! Y la Sabiduría de Dios está ante ti
como una torre de gloria y como una reina coronada!
¡Oh amigo, no soy un hombre ni una mujer,
soy el amor que está por encima de toda palabra!
Te saludo, hermano mío, bienamado.
¡No me toques! No trates de asir mi mano.


Pekín, 1906

BLUES DEL REFUGIADO por W.H. AUDEN


Digamos que hay diez millones en esta ciudad,
unos viven en mansiones, otros viven en agujeros:
con todo, no hay lugar para nosotros, querida, no
hay lugar.
Alguna vez tuvimos una patria y nos pareció justo,
mira en el Atlas y ahí la encontrarás:
no podemos ir a ella ahora, querida, no podemos ir.
En el cementerio del pueblo hay un árbol viejo
que año con año crece nuevamente:
los viejos pasaportes no hacen eso, querida, los
pasaportes viejos no.
El cónsul golpeó la mesa y dijo:
“Si no hay pasaporte están oficialmente muertos”:
pero aún vivimos, querida, aún estamos vivos.
Fui a un comité; me ofrecieron una silla;
me pidieron cortésmente que volviera en un año:
pero ¿a dónde iremos hoy, querida? ¿hoy a dónde
iremos?
Fui a un mitin público; el orador se puso de pie y
dijo:
“Si los dejamos entrar se robarán el pan”;
hablaba de nosotros, querida, hablaba de nosotros.
Creí oír el estruendo de un trueno en el cielo;
era Hitler en Europa diciendo:“¡Deben morir!”;
nos tenía en mente, querida, nos tenía en mente.
Vi un poodle en un saco cerrado con un alfiler,
vi una puerta abierta para que entrara el gato:
no eran judíos alemanes, querida, no eran judíos
alemanes.
Bajé a la bahía y me paré junto al muelle,
vi nadar a los peces como si fuesen libres
a cinco metros de mí apenas, querida, a cinco
metros de mí.
Crucé un bosque, vi a las aves en los árboles;
no tenían políticos y cantaban a placer:
no eran la raza humana, querida, no eran esa raza.
Soñé que vi un edificio con mil pisos de altura,
mil ventanas y mil puertas;
ninguna era nuestra, querida, ninguna era nuestra.
Me detuve en la pradera entre la nieve que caía;
diez mil soldados marchaban de aquí para allá:
buscándonos, mi vida, buscándonos a ti y a mí.

Tom Waits - Hold on Subtitulada

POEMA PARA UNA MUÑECA COMPRADA EN UN BAZAR RUSO por MARGUERITE YOURCENAR


Yo
Yo soy
Azul Rey
Y negro hollín.
Yo soy el gran moro
(Rival de Petrouchka)
La noche es mi troika
Y el sol mi balón de oro.
Tan amplia como las tinieblas,
Tan frágil como un ser vivo,
El soplo más sutil conmueve mi cuerpo sin vértebras.
Me he resignado porque soy sabia:
No se burlen de mi tez negra ni de mi boca abierta;
Yo soy, como ustedes, un juguete en manos de gigantes.

¿Y USTED PODRÍA? por VLADIMIR MAIAKOVSKI


De un golpe manché el mapa de los días,
salpicando la pintura del frasco;
y mostré en el plato de aspic
los oblicuos pómulos del océano.
En las escamas de un pez de estaño
he leído el llamado de nuevos labios.
¿Y usted
un nocturno tocar
podría
en la flauta de los tubos del desagüe?

CÁNTICO DEL SOL por EZRA POUND


El pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
turba mi sueño.
El pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
turba mi sueño.
Nunc dimittis, ahora deja a tu sirviente
ahora deja a tu sirviente
partir en paz.
El pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran mayor circulación
¡oh, vamos!,
turba mi sueño.

GYMNOPEDIA por GIORGOS SEFERIS


La isla de Santorini (la antigua Thira) está compuesta geológicamente
de piedra pómez y caolín; en su bahía . . . han
aparecido y desaparecido islas. Era el centro de una religión
muy antigua cuya liturgia comprendía danzas líricas de un
ritmo grave y austero, llamadas Gymnopedias.
Guía de Grecia
Santorini

Asómate si puedes al mar en sombras, olvidando
el son de flauta para los pies desnudos
que pisaban tu sueño en otro tiempo, tiempo
devorado.
Graba si puedes en la última de tus conchas
nombre, lugar y día
y arrójala después a las fauces del mar.
Desnudos nos hallamos encima de la piedra
esponjosa,
contemplando las islas que surgían,
mirando sumergirse las islas coloradas
en su propio soñar, en nuestro sueño.
Estábamos aquí, desnudos, sosteniendo
la balanza inclinada
en pro de la injusticia.
Talón de poderío, voluntad inmaculada, meditado
amor,
designios que maduran bajo el sol de mediodía,
sendero del destino al ritmo de las manos jóvenes
que palmean sobre los hombros;
en el país disperso, despojado de toda resistencia,
en el país que ayer apenas era nuestro
húndense las islas, orín y ceniza.
Altares demolidos
y amigos olvidados,
hojas de palmera entre el fango.
Deja si puedes que tus manos viajen
aquí, confín del tiempo, en el navio
que ha visitado el horizonte.
Los dados ya sobre la losa,
ya que la lanza dio con la coraza,
reconocido por el ojo el extranjero,
y el amor desecado
en almas como cribas;
cuando miras alrededor y encuentras
en torno a ti los pies segados,
en torno a ti las manos muertas,
en torno a ti los ojos entenebrecidos;
cuando ya ni siquiera puedes elegir
la muerte que quisiste tuya,
morir oyendo un grito,
fuera un gritó de lobo,
cual es tu derecho;
deja que tus manos viajen,
despréndete del tiempo desleal
y sumérgete dentro del océano;
habrá de sumergirse quien sustenta las
enormes rocas.
Micenas
Dame tus manos, dame tus manos, dame tus manos.
He visto en medio de la noche
la puntiaguda cima de la montaña.
He visto más allá la llanura anegada
en la luz de una luna que brillaba escondiéndose.
Al volver la cabeza he visto
las negras piedras apretujadas
y mi vida en tensión como una cuerda,
principio y fin,
el instante postrero;
mis manos.
Húndese el que sustenta las enormes rocas;
piedras que soporté mientras podía,
piedras que amé mientras podía,
estas piedras, mi destino.
Herido por mi propio consuelo,
tiranizado por mi propia túnica,
condenado por mis propios dioses,
estas piedras.
Sé que no saben, pero yo
que seguí tantas veces
la ruta que conduce del asesino a la víctima,
desde la víctima al castigo
y del castigo al otro crimen,
palpando
la inextinguible púrpura,
la tarde aquella del retorno
cuando las Furias empezaban a silbar
entre la yerba rala,
he visto las serpientes cruzadas con las víboras,
entrelazadas en generación maldita;
nuestro destino.
Voces que vienen de la piedra, del sueño,
más profundas aquí, en donde se oscurece el mundo
memoria del esfuerzo enraizado en el ritmo
que golpea la tierra
con pies ya en el olvido
cuerpos engullidos en los cimientos
de otra era, desnudos. Ojos
tercamente clavados en un punto
que no distinguirás por más que quieras;
el alma
que lucha por volverse tu alma.
Ya no te pertenece ni siquiera el silencio,
aquí donde las piedras de molino detuvieron
su marcha.

ACERTIJOS DE RATAS por CARL SANDBURG


Ahí había una rata gris que
me miraba con sus verdes ojos
sacándolos de su agujero
“¡Hola, rata! —le dije—
¿Será posible que yo llegue a hablar
en el lenguaje de las ratas?”
Y aquellos verdes ojos pestañearon,
pestañearon desde el agujero.
“Vuelve —le dije—.
Dime algunos acertijos.
Las ratas han de tener
sus acertijos”.
Aquellos verdes ojos me pestañearon
y, del agujero, salió un susurro:
“¿Quién crees que eres y por qué
rata eres? ¿Dónde dormiste la noche
pasada y por qué es que estornudas
los martes? ¿Por qué la sepultura
de una rata no es más profunda
que la del hombre?”
La rata ojiverde chicoteó su cola
y, tras el gris agujero, desapareció.

ASI HABLO EL SUEÑO ESA NOCHE DE SABADO por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


el amor es una maldición a la que no deseas perturbar/ un cáncer que si lo extirpas/ acabas con tu vida súbitamente/ hasta la idea de suicidio huele a una paranoia estúpida/ porque la lógica / aquella dama esquiva se nota complaciente con la idea/ lo cierto es que te ha abandonado/ hace días o meses, quizás años, y ha dejado la puerta abierta como un gesto burlón/ te ha abandonado/ el mundo de representaciones puras era un festín para tus ojos/ y lograbas arrancar una o más dádivas a la vida/ que siempre fue una madre egoísta y en el mejor de los casos se te mostró como una golfa/ ahora/ la lógica te ha abandonado y eres incapaz de articular respuesta/ tu capacidad de darla/ es igual a la de un púgil con derrame cerebral en la lona / babeas con la boca deformada en la memoria del último beso que ella depositó allí/ tibia, sudorosa.../ cualquier abismo puede ser un buen lecho  ahora/ cualquier pesadilla es como el último bastión de cordura.../
me dices que el amor es una maldición/ pero fue lo que te desequilibró mortalmente en la cuerda floja/
lo que te acreditó como humano/ vilmente humano y abrió las puertas a ese  agridulce infierno en que los ojos dejan voluntariamente de ver... /AHORA  ECHAS PARA ATRÁS EL FRENO DE MANO.../ y caminas por un erial de color ceniza tus pasos hacen crujir las pequeñas piedrecillas/ ves los cadáveres del  ganado  a los costados/ y ya sabes que la peste se acerca junto con las ratas y necesitas despertar/ y dices que dieciocho monedas son pocas para tu arduo trabajo/ desde las colinas la tierra se ve deforme y cualquier labor es trabajosa.../ suspiras, cuentas las monedas y te detienes/ te sientas sobre una roca a la orilla del camino/ soñaste que estabas ante un aparato desconocido/ y escribías sobre cuadros negros con letras/ murmurabas que el amor era una maldición/ y algo se apoderó de tu corazón/ algo como una sombra/ una lágrima sin sentido rodó hasta tu pecho/ cerraste los ojos y quisiste soñar dentro de un sueño...

miércoles, mayo 22, 2013

Charles Bukowski su clave para recuperarse de todo. (sub español)

CANTO III por WALT WHITMAN



He oído lo que hablaban los habladores, el hablar del
principio y del fin,
Pero yo no hablo del principio y del fin.
Nunca hubo mayor inicio que ahora,
Ni mayor juventud o vejez que ahora,
Y nunca habrá mayor perfección que ahora,
Ni más cielo ni más infierno que ahora.
Impulso, impulso, impulso,
Siempre el impulso procreador del mundo.
De la penumbra surgen los iguales antagónicos, siempre
la sustancia y el incremento, siempre el sexo,
Siempre un tejido de identidad, siempre la distinción,
siempre la creación de la vida.
De nada sirve elaborar; sabios e ignorantes lo saben.
Seguros como los más seguros, íntegros e inconmovibles,
bien cimentados, afianzados y a plomo,
Fuertes como caballos, afectuosos, altivos, eléctricos,
Yo y este misterio estamos aquí.
Límpida y dulce es mi alma, límpido y dulce es todo lo
ajeno a ella.
Si falta uno, le faltan ambos, y lo invisible se comprueba
por lo visible,
Hasta que lo visible se hace invisible y se comprueba a
su vez.
Mostrar lo mejor y arrancarlo de lo peor, la edad hostiga
a la edad,
Conocer la condición perfecta y la ecuanimidad de las
cosas; guardo silencio mientras discuten y más tarde
me baño y me admiro.
Bienvenido sea cada órgano y atributo mío, y el de
cualquier otro hombre vigoroso y limpio,
Ni una pulgada, ni una partícula de pulgada es vil, y
ninguna es menos conocida que las otras.
Estoy satisfecho —veo, bailo, río, canto;
Cuando el compañero amoroso y sensual que duerme a
mi lado en la noche se retira sigilosamente al amanecer,
Dejándome canastas cubiertas de toallas blancas que
invaden la casa con su abundancia,
¿He de posponer mi aceptación y realización y de gritar
a mis ojos,
Que se vuelvan y dejen de mirar hacia el camino,
Y así cifren y me muestren con precisión,
El valor exacto de uno, el valor exacto de dos y cuál
vale más?

EL LABERINTO por W.H. AUDEN



Antropos apteros pasó varios días
silbando en el oscuro laberinto,
confiando alegremente su salida
a su temperamento y a su instinto.
La centésima vez que vio un arbusto
que cien veces pensaba haber pasado,
en la confluencia de cuatro senderos,
reconoció al fin que se había extraviado.
“¿Dónde estoy? a menos de que tenga una
respuesta,
dice la metafísica, una pregunta no puede ser
propuesta,
por lo que asumo
que a este laberinto lo ha planeado alguno.
Si el pensamiento del teólogo es correcto
un plan implica la idea de un arquitecto:
un laberinto creado por Dios sería sin duda
un preciso universo en miniatura.
¿Serían los datos de la percepción,
en ese caso, válida comprobación?
¿Qué del universo que domino me puede decir
cuál es la dirección que debo seguir?
Lo que sugeriría el matemático
sería una línea recta: lo más práctico.
Pero izquierda y derecha en alternancia
es algo, con la historia, más en consonancia.
La estética en contraste cree que todo el arte
intenta el corazón gratificarte:
si rechazo disciplinas como ésta...
¿seguiré el camino, entonces, que mejor me
parezca?
Sólo es verdadero este razonamiento
si se acepta el clásico discernimiento,
cosa que resulta imposible de asegurar
si al introvertido hemos de escuchar
ya que su absoluta presuposición
es que el hombre crea su propia condición:
este meandro no fue creado por la divinidad
y más bien es reflejo de mi culpabilidad.
Su centro, que no puedo hacer presente,
es conocido para mi inconsciente;
no tengo pues por qué desesperar:
en él he estado siempre con sólo así pensar.
El problema es cómo decir no quiero;
los que están quietos se mueven más ligero;
mientras no acepte que estoy perdido
porque yo quiero estarlo, estoy perdido.
Si eso fracasa, quizá yo debería
hacer lo que los educadores harían:
contentarme con la conclusión
ya que, en teoría, no existe solución.
Toda declaración sobre lo que yo siento,
como estoy perdido, es falsa al cien por ciento:
termina mi sabiduría donde había empezado:
cualquier barda es más alta que un humano.”
Antropo apteros, vacilante,
confuso ¿hacia atrás? ¿hacia adelante?
mirando hacia arriba deseó ser el ave
a la que estas dudas
debían parecer poco menos que absurdas.

A SÍ MISMO, AMADO, DEDICA ESTOS VERSOS EL AUTOR por VLADIMIR MAIAKOVSKI



Las cuatro.
Pesadas como un golpe.
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
Y a aquél
como yo,
¿a dónde se le escurre?
¿Dónde hay una guarida preparada para mí?
Si fuera yo
pequeño,
como el Gran Océano,
de puntas me pararía a mis anchas,
en la pleamar resarciría a la luna.
¿Dónde encontraré una amada
tal como yo?
¡Ésa no cabría en este minúsculo cielo!
¡Oh, si fuera indigente!
¡Como un millonario!
¿Qué es el dinero para el alma?
¡Un ladrón insaciable!
A la desordenada horda de mis deseos
no le basta el oro de todas las Californias.
¡Si yo fuera tartamudo
como Dante o Petrarca!
¡El alma de alguna encendería!
¡Ordenaría a los versos reducirla a cenizas!
Y las palabras
y mi amor
son un triunfal arco:
Suntuosamente,
sin rastro pasan a través de él
los amantes de todos los siglos.
Oh, si fuera yo
callado
como el trueno,
el galope estremecería la tierra decrépita.
Si yo
todo su poder
arrancara a mi voz enorme,
los cometas romperían sus brazos encendidos,
cayendo con tristeza.
Con los rayos de mis ojos mordería la noche,
¡oh, si fuera yo
opaco,
como el sol!
¡Me es tan necesario
que me den a beber leche
del regazo agotado de la tierra!
Paso,
arrastrando mi amor inmenso.
¿En qué noche
delirante,
enferma,
qué Goliaths me parieron
tan grande
y tan innecesario?

RETRATO por JUAN GELMAN



Nadie debe hacer ruido en el secreto corazón. Amo las
apariencias del no ser natural. La verdadera nada es el
espejo que envenena los rostros del deseo, convierte a
la memoria en cuerpo fugitivo de la unión. Desde que
nací estoy lleno y vacío de mí mismo y así conozco que
la verdad más inocente es un destino.

martes, mayo 21, 2013

LEWIS CARROLL por JORGE TEILLIER



Un profesor de matemáticas de Oxford
El reverendo Dogson
Ligeramente tartamudo y zurdo
Nos deja en la primera casilla de otro mundo
Allí para el unicornio somos monstruos fabulosos
Y se oye el ruido de armaduras
De caballeros que piensan mejor cuando están cabeza
[abajo
El señor Dogson pasea con tres niñitas
Tal vez sueña fotografiarlas desnudas
Pero estamos en el siglo XIX
En plena Era Victoriana
Y se contenta con escribirles cartas festivas
Con narrarles historias
Sobre el otro lado del espejo
Y ver fluir sus tiernos rostros en el atardecer de una barca
El nombre Alicia significa ahora Aventura
Y cuando lleguemos a la octava casilla
Empezaremos a ser reyes
En un juego que ya no vamos a olvidar

LA INFAMIA DE LAS MARIPOSAS (DOCE) por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE



(DOCE)
Si la noche
No pretende una de tus miradas
No  hay noche

En el arco extraviado
Del tiempo y madrugadas
En tu ausencia
El aire corona de espinas
Todas las intenciones

Si la noche
No pretende el sonido de tu voz
No hay noche

Y de los relámpagos
Debo extraer las memorias
De tus imágenes

Ese fragor
Donde mi piel se hizo piel
Y el aire se fundó
Invadiendo el mundo
Y fue reconocida
En la yema de tus dedos

Los versos te susurran
Y en tus manos
Están los poemas
Necesarios
Para envejecer
A todo el fuego
Del universo

martes, mayo 14, 2013

SOLEDAD por ALFONSINA STORNI



Podría tirar mi corazón
desde aquí, sobre un tejado:
mi corazón rodaría
sin ser visto.

Podría gritar
mi dolor
hasta partir en dos mi cuerpo:
sería disuelto
por las aguas del río.

Podría danzar
sobre la azotea
la danza negra de la muerte:
el viento se llevaría
mi danza.

Podría,
soltando la llama de mi pecho,
echarla a rodar
como los fuegos fatuos:
las lámparas eléctricas
la apagarían...

NO SE CUENTA DEL COBRE por CYNTHIA RIMSKY



Siendo Antofagasta una ciudad costera no tiene acceso al mar. Dice la conductora que me trae del aeropuerto que están mejor que antes, cuando el puerto era privado y apilaban sin contemplaciones los containers hacia arriba. Ahora los malls, que se construyeron en los ex terrenos portuarios, dejaron un paseo peatonal junto al mar y aunque deban obligatoriamente cruzar las tiendas medianas y anclas, el patio de comidas, los juegos, finalmente salen por una puerta pequeña y llegan al mar.
Cuando dan la luz verde para cruzar la avenida de dos carriles que va de norte a sur, una anciana no se decide a cruzar. Los automóviles pasan demasiado rápido y a pesar del semáforo, siente miedo. Me pregunta si he visto alguna farmacia abierta. La tomo del brazo y cruzamos tan pausadas que la luz roja nos sorprende en el descanso entre ambas vías. La anciana voltea los ojos hacia mi para no mirar y, cuando la dejo del otro lado me agradece: “Desde aquí ya reconozco la ciudad”.
La anciana ha vivido en este lugar durante 80 años y no lo reconoce. Una amiga me dice que planean convertir a Antofagasta en la ciudad del futuro. Así que este es el futuro, me digo al descender del avión entre los numerosos varones que vienen de todas partes del país. Imagino que el Far West no debió ser distinto.  Personas que cambian lo bueno o poco que tienen por el sueño de ganar dinero fácil y rápido. Porque a Antofagasta no se viene a crecer, a cultivarse, a buscarse a uno mismo, al amor, a contactarse con la naturaleza, a cambiar de vida. Se viene a buscar dinero.
En Santiago  corre el rumor de ya no quedan maestros constructores, que todos se vinieron a trabajar en servicios que requieren las minas, gásfiters, electricistas, un aseador ganaría aquí 700 mil pesos. No son los únicos. Por todas partes se escucha el cantito de los colombianos de Barranquilla, Cali, Buenaventura. Trabajan como meseras (os), dependientes de comercios, prostitutas, traficantes, son propietarios de locales que ofrecen jugos naturales y de tiendas que compran el oro que los soñadores adquirieron cuando estaban ganando y que después se verán obligados a vender. La multiplicación de este tipo de locales me hace suponer que la riqueza cambia aquí de manos a la misma velocidad que los automóviles último modelo.
Los cajeros automáticos al mediodía se quedan sin dinero. En los Bancos no achican las filas de personas que cobran un cheque que les sirve para pagar en otro banco. Un maestro flaco, casi enclenque, maneja dos celulares, a todos los que llama les cuenta que lo cortaron en el trabajo y enumera los Bancos a los que debe ir después de hacer fila en este. La última llamada es a un amigo que se endeudó y ahora no tiene cómo pagar. El maestro le aconseja que pida prestado y renegocie la primera cuota, eso le dará tiempo para arreglar la camioneta y venderla. Imagino que no solo el oro cambia de manos.
Al bar del antiguo Hotel Antofagasta se ve el mar llegan un hombre de unos 70 años y una colombiana curvilínea de 35 o 40. Como el barman y la mesera también son colombianos se ponen a conversar. Me entero que la mujer lo conoció en Calama. El chileno no puede creer la suerte que tuvo. “Si hasta sabe hasta cocinar y es tan cariñosa”. La colombiana está feliz porque se irán a vivir a Viña del Mar y planea cómo será su guardarropa, mientras el barman se queja de que alquilar un cuarto en una casa cuesta 180 mil pesos y la mesera cuenta cómo debe soportar que los chilenos la traten como una negra de mierda.
Todo vale el doble o el triple. El único motivo para la carestía es que todos quieren sacar más en menos tiempo. Los comedores tienen los muros necesarios para no estar en la intemperie. Las boites carecen de ventanas. Los edificios de apartamentos son horribles. El café, el pan, los postres, las pizzas, los helados, son de mala calidad. Desaparecieron los pescados de la zona y los que están a la venta vienen del sur. Mejillones está contaminado en un 100 por ciento y los índices de cáncer son mayores en esta zona que en otras.
Para subir los precios, en los restaurantes solo ofrecen vinos caros. A nadie le importa comprar buenos productos, capacitarse, mejorar las recetas. ¿Para qué? Las mujeres saben que sus maridos tienen amantes y lo toleran mientras él les pase parte del sueldo para verse jóvenes y millonarias. La vida es cara porque solo lo que cuesta dinero, tiene valor. No importa la calidad de los colegios siempre que sean particulares y con nombres en inglés. A nadie la importa cuidar la ciudad, el mar, los árboles, la arquitectura. Para qué si solo vienen por el dinero. Los pobres se siguen encaramando a los cerros y la ciudad con mayor ingreso per capita es la que tiene la peor pobreza. Campea la ignorancia en todas sus formas.
En Antofagasta no se opuso, de parte del gobierno o de la comunidad, resistencia alguna a la minería extranjera. Cuando le pregunto a un periodista local por qué no cuentan lo que está sucediendo, me contesta que las mineras tienen a todos comprados. La anciana tenía razón, la ciudad está irreconocible.
Es la ciudad del futuro.

lunes, mayo 13, 2013

LA AVENTURA DE UN MIOPE por ITALO CALVINO



Amilcare Carruga aún era joven, no desprovisto
de recursos, sin exageradas ambiciones materiales o
espirituales; por ende, nada le impedía gozar de la
vida. Sin embargo, se dio cuenta de que desde hacía
algún tiempo, casi imperceptiblemente, su vida le
resultaba insípida. Lo notó en pequeños detalles
como, por ejemplo, el mirar a las mujeres. Antes,
les echaba la mirada encima, con avidez; ahora las
miraba quizá instintivamente, pero pronto le parecía
que éstas pasaban como el viento, sin suscitar
en él ninguna sensación y entonces bajaba los párpados,
con indiferencia. Antes, las ciudades lo
exaltaban —viajaba a menudo, pues se dedicaba al
comercio—; ahora le provocaban fastidio, confusión,
aturdimiento.Viviendo solo, antes le gustaba ir todas
las noches al cine; se divertía con cualquier programa.
Quien va todas las noches al cine es como si
viera una sola película muy larga, en episodios: conoce
a todos los actores, incluso las caricaturas y los
extras, y el poder reconocerlos se vuelve algo divertido.
Pero ahora todas esas caras le parecían desleídas,
chatas, anónimas. Se aburría.
Al fin comprendió. Era miope. El oculista le recetó
un par de anteojos. Su vida cambió desde ese momento,
se convirtió en algo cien veces más rico e interesante
que antes.
El simple hecho de ponerse los lentes era siempre
emocionante. Cuando se hallaba, digamos, en una
parada del tranvía y lo embargaba la tristeza de que
todo, personas y objetos a su alrededor, fuera tan genérico,
banal y desgastado, y él en medio de un
mundo de formas blandas y de colores desvaídos, se
ponía los lentes para leer el número del tranvía que
llegaba, y entonces todo cambiaba. Las cosas más
anodinas, como los postes de luz, se dibujaban entonces
con todos sus minuciosos detalles, con líneas
muy nítidas, y las caras, las caras desconocidas, se llenaban
de pormenores, puntitos de barba, espinillas,
matices expresivos antes insospechados; sabía de qué
tela estaban hechos los trajes y vestidos, adivinaba el
tejido, descubría el desgaste de los bordes.Ver se convertía
en un espectáculo, una diversión; no ver esto o
aquello, sino sólo el hecho de ver.De ese modo Amilcare
Carruga se olvidaba de ver el número de los tranvías,
perdía un tren tras otro, o bien abordaba un tren
equivocado.Veía tal cantidad de cosas, que era como
si ya no viera nada. Hubo de acostumbrarse a ello
poco a poco, aprender desde un principio lo que era
inútil ver y lo que era necesario.
Las mujeres que encontraba en la calle -quienes
se habían reducido a impalpables sombras desafocadas,
las que ahora veía en su exacto juego de oquedades
y protuberancias que producen sus cuerpos al
moverse bajo los vestidos, pudiendo ahora apreciar
la frescura de la piel y el calor contenido de sus miradas-,
volvían a ser no sólo objetos de contemplación,
sino cuerpos que poseía con la mirada.A veces
caminaba sin los lentes (no se los ponía siempre,
para no cansarse inútilmente, sino sólo cuando quería
ver lejos) y veía perfilarse vagamente un vestido
de color vivo frente a él, sobre la acera. Con un gesto
ya automático Amilcare sacaba de la bolsa los lentes
y se los montaba sobre la nariz. Esta indiscriminada
avidez de sensaciones recibía a menudo un castigo:
se trataba de una vieja. Amilcare Carruga se volvió
más cauto. A veces, por el modo de caminar y por
los colores del vestido, alguna mujer le parecía demasiado
modesta o insignificante y no se tomaba la
molestia de ponerse los lentes; pero cuando llegaban
a rozarse e intuía en ella algo que lo atraía sensiblemente,
quién sabe qué, creyendo captar en ese
instante una mirada de ella, una mirada sostenida
que él creía descubrir cuando ella comenzaba a alejarse,
se ponía lentes. Pero ya era tarde; había dado
vuelta en la esquina, abordado el autobús, o estaba
más allá del semáforo, y no hubiera podido reconocerla.
Así,mediante la necesidad de los lentes, poco
a poco iba aprendiendo a vivir.
Pero el mundo más nuevo que le descubrían los
lentes era el de la noche. La ciudad nocturna, envuelta
ya en informes nubes de oscuridad y multicolores
claridades, le revelaba ahora contornos exactos,
relieves, perspectivas; las luces tenían perfiles precisos,
los anuncios de neón, hundidos antes en un resplandor
confuso, ahora escandían sus letras una por
una. Sin embargo, lo bueno de la noche consistía en
que los lentes conservaban a esa hora el margen de
indeterminación que desaparecía durante el día. A
veces, Amilcare Carruga sentía el deseo de ponerse
los lentes, pero se deba cuenta de que ya los llevaba
puestos; la sensación de plenitud no se equiparaba
nunca al de la insatisfacción. La oscuridad era un terreno
sin fondo en el cual jamás se cansaba de escarbar.
Andando por las calles, recorriendo con la
mirada las casas manchadas de ventanas finalmente
cuadradas, alzaba los ojos hacia el cielo estrellado:
descubría que las estrellas no estaban aplastadas en
el fondo del cielo como huevos rotos, sino que eran
punzaduras agudísimas de luz que abrían a su alrededor
infinitas lejanías.
Estas nuevas preocupaciones acerca de la realidad
del mundo externo estaban aparejadas a las de lo
que él mismo era, originadas por el uso de los lentes.
Amilcare Carruga no se daba mucha importancia a
sí mismo, pero -como le ocurre con frecuencia a las
personas más modestas- estaba muy encariñado
con su manera de ser. Sin embargo, el pasaje de la
categoría de los hombres sin lentes a la de los hombres
con lentes, parece cualquier cosa, pero se trata
de un salto muy grande. No hay que olvidar que
cuando se trata de definir a alguien que uno no conoce
bien lo primero que se dice: es“el de los lentes”.
Y así ese detalle accesorio, que quince días
antes era una cosa completamente extraña, se convierte
en nuestro primer atributo, se identifica con
nuestra propia esencia. A Amilcare le molestaba un
poco el hecho de haberse vuelto, de primas a primeras,“
el de los lentes”. Pero lomás grave de todo esto
está en que comience a insinuársenos la duda de
que todo lo que tiene que ver con nosotros es puramente
accidental, posible de transformación, que
uno podría ser completamente distinto y nada importaría;
y he aquí que por esta vía puede uno llegar
a pensar que da lo mismo existir o no existir, y que
la desesperación se halla a un solo paso. Por eso
Amilcare, al escoger la montadura para sus lentes,
optó instintivamente por la más sutil y minimizadora,
nada más que un par de gráciles gafas plateadas
que sujetaran los lentes por la parte superior y
un puentecillo para unirlos sobre el tabique nasal.
Así anduvo contento durante algún tiempo; luego
se dio cuenta de que no era feliz. Si de pronto se veía
en el espejo con los lentes puestos, experimentaba
una viva antipatía por su cara, como si fuera la cara
típica de una categoría de personas que le eran totalmente
extrañas. Eran precisamente esos anteojos
tan discretos y ligeros, casi femeninos, lo que lo
hacía parecer más que nunca“el de los lentes”, uno
que no hubiera hecho otra cosa en su vida que usar
lentes, uno que ni siquiera se da cuenta de que los
usa. Esos lentes entraban a formar parte de su vida,
se amalgamaban con sus facciones, atenuando cualquier
contraste natural entre lo que era su cara —
una cara común, pero de cualquier modo una caray
aquel objeto extraño, un producto de la industria.
No le gustaban; por eso no tardaron en caer al
suelo y romperse. Compró otro par. Esta vez
orientó su elección en sentido opuesto: escogió un
par con montadura de plástico negro, un marco de
dos dedos de ancho, dos placas laterales que partían
de los pómulos como tapojos de caballo y dos pesadas
palancas que le doblaban los lóbulos de las orejas.
Era una especie de antifaz que le tapaba media
cara, pero bajo ese artefacto podía sentirse a sí
mismo: no cabía duda de que él era una cosa y los
anteojos otra muy distinta, completamente separada.
Es claro que sólo ocasionalmente los usaba, y
que, sin anteojos, era un hombre totalmente
distinto.Volvió a sentirse feliz, en la medida que su
naturaleza se lo consentía.
En ese tiempo tuvo que ir aV., a causa de ciertos
negocios.V. era la ciudad natal deAmilcare Carruga,
en la cual había transcurrido toda su juventud.Hacía
diez años que la había dejado, y regresaba a ellamuy
de vez en cuando, en visitas pasajeras y esporádicas.
Todo mundo sabe lo que le sucede a cualquiera que
se aleje de un ambiente en que haya vivido mucho
tiempo; cómo al regresar a éste, después de largos
intervalos de ausencia, se siente desarraigado y le
parece que las aceras, los amigos, las charlas de café
o lo son todo o pierden toda significación; se les frecuenta
día tras día o no es posible ya entrar de nuevo
en ese ambiente, y la idea de revisitarlo después de
mucho tiempo provoca un cierto remordimiento.Así
fue que Amilcare había desechado las ocasiones de
volver a V., puesto que ocasiones no le habían faltado.
En los últimos años, además de la actitud negativa
hacia su ciudad natal y del estado de ánimo
que lo aquejaba últimamente, era víctima de un sentimiento
de desamor y desapego de todas las cosas,
mismo que identificaba con la progresión de sumiopía.
Ahora los lentes le proporcionaban un nuevo
estado de ánimo y no desaprovecharía la oportunidad
de regresar aV.
V. apareció entre sus ojos totalmente distinta a la
de sus viajes anteriores. Pero no por los cambios sufridos:
claro, la ciudad estaba muy cambiada, con
nuevas construcciones por todas partes, tiendas, cafeterías
y cines muy distintos a los de antes, una
nueva juventud totalmente desconocida y el tráfico
mucho mayor. No obstante, todas estas novedades
no hacían más que acentuar y destacar lo viejo, permitiendo
queAmilcare Carruga volviera a ver la ciudad
con los mismos ojos de cuando era un
muchacho, como si la hubiera dejado el día anterior.
Con los lentes veía una infinidad de detalles insignificantes;
por ejemplo, una cierta ventana, un barandal.
Es decir, tenía conciencia de verlos, de
escogerlos entre todos los demás, mientras que
antes solamente los veía. Lo mismo ocurría con las
caras: un voceador, un abogado, fulano, zutano y perengano,
algunos de ellos avejentados.Amilcare Carruga
ya no tenía parientes verdaderos en V.; el
círculo de amigos íntimos se había dispersado. Sin
embargo, contaba con una gran cantidad de conocidos,
lo cual era muy natural en una ciudad tan pequeña
—como lo había sido en los tiempos en que
allí vivía—, en la cual todos se conocían, por lo
menos de vista. La población había aumentado
mucho, pues había llegado hasta allí —como en
todos los centros privilegiados del Septentrión—
una cierta inmigración de meridionales. La mayoría
de las caras que veía Amilcare eran de desconocidos;
pero precisamente por esto sentía la satisfacción de
reconocer a la primera ojeada a los viejos habitantes,
y recordaba anécdotas, relaciones, apodos.
V. era una de esas ciudades provincianas en la
que no había desaparecido la costumbre de pasear
por la noche en la calle principal, cosa que no había
cambiado desde los tiempos juveniles de Amilcare.
Como sucede siempre en estos casos, una de las
aceras estaba invadida por un flujo ininterrumpido
de personas; la otra,menor. En sus tiempos, por una
especie de anticonformismo,Amilcare y sus amigos
paseaban siempre por la acera menos frecuentada, y
desde allí dirigían miradas, saludos y piropos a las
muchachas que caminaban por la acera opuesta.
Ahora se sentía como entonces, incluso con una excitación
mayor, así es que comenzó a pasear por su
vieja acera, viendo a toda la gente que pasaba.Ahora
no le disgustaba hallar personas conocidas, sino que
esto lo divertía sobremanera, y se apresuraba a saludarlas.
Le hubiera gustado detenerse a saludarlas. le
hubiera gustado detenerse para cruzar algunas palabras
con alguien, pero la calle principal deV. estaba
hecha de tal modo —con aquellas aceras tan estrechas,
el apretujamiento de la gente que empujaba
hacia delante y, para colmo, el considerable aumento
del tráfico de vehículos—, que ya no era posible caminar
un poco por el arroyo de la calle y atravesar
por donde se quería. En fin, el paseo se llevaba a cabo
con demasiada prisa o con demasiada lentitud, sin
libertad de movimientos. Amilcare debía seguir la
corriente o remontarla con trabajo y cuando divisaba
una cara conocida apenas si tenía tiempo de dirigir un
rápido saludo antes de que ésta desapareciera, y se
quedaba con la duda de haber sido visto o no.
Vio venir a su encuentro a Corrado Strazza, su
condiscípulo y compañero de billar durantemuchos
años. Amilcare le sonrió y fue a su encuentro agitando
la mano. Corrado Strazza seguía caminando,
viéndolo, pero con una mirada que parecía traspasarlo,
como si Amilcare fuera transparente, y pasó a
su lado sin detenerse. ¿Quizá no lo había reconocido?
Había pasado algún tiempo, es cierto, pero
Amilcare Carruga estaba seguro de no haber cambiado
mucho; se había librado de la pinguosidad y
de la calvicie hasta entonces, y su fisonomía no presentaba
grandes alteraciones. Vio al profesor Cavanna.
Amilcare le dirigió un saludo deferente,
haciendo una ligera inclinación. En un principio, el
profesor bosquejó una especie de saludo, instintivamente,
luego se detuvo y miró a su alrededor, como
si buscara a otra persona. ¡El mismo profesor Cavanna,
famoso fisonomista que era capaz de recordar
nombres, caras y calificaciones trimestrales de
todos los alumnos que había tenido durante su larga
carrera! Finalmente, saludó a Ciccio Corba, el entrenador
del equipo de balompié, quien respondió al
saludo; sin embargo, éste miró inmediatamente
hacia otro lado y se puso a silbar con nerviosismo,
como dándose cuenta de haber interceptado el saludo
de un desconocido, dirigido a sabe Dios quién.
Amilcare comprendió que nadie lo reconocería.
Aquellos lentes, que le hacían visible el resto del
mundo, aquellos lentes con la enorme montadura
negra, lo convertían en algo invisible. ¿Quién habría
pensado que tras esa especie demáscara estabaAmilcare
Carruga, ausente de V. desde hacía muchos
años, al que nadie pensaba encontrar de un momento
a otro? Acababa de formular mentalmente
estas conclusiones cuando apareció IsaMaría Bietti.
Era una amiga, con la cual solía pasear y ver escaparates.
Amilcare se paró frente a ella, con la intención
de decirle:“¡Isa María”, pero las palabras se le
anudaron en la garganta.
Isa María lo apartó, levantando un codo, diciéndole
a la amiga:
—¡Mira cómo se comportan ahora!
Y siguió caminando.
Ni siquiera Isa María lo había reconocido. Comprendió
de improviso que sólo por Isa María Bietti
había regresado, que por causa de ella había alejádose
deV., que por la misma razón había vivido varios
años lejos; que todo, todo lo significaba ella en
su vida, y que ahora, finalmente, la había visto de
nuevo, pero ella no lo reconoció. Tanta era su emoción,
que no reparó en si estaba muy cambiada,
gorda, avejentada; si era tan atractiva como antes.
Sólo pudo ver que se trataba de Isa María Bietti y
que ésta no lo reconoció.
Había llegado al término de la calle del paseo. En
la nevería de la esquina la gente daba vuelta y volvía
sobre sus pasos por la misma acera. Amilcare Carruga
hizo lo mismo. Se quitó los lentes. El mundo
volvió a ser una nube insípida, y él caminaba entre
toda aquella gente parpadeando de continuo, como
extraviado. No es que fuera incapaz de reconocer a
alguien, pues en los puntosmejor iluminados siempre
estaba a punto de reconocer alguna cara, pero
seguía existiendo unmargen de duda en la supuesta
identificación, lo cual, al fin de cuentas, le importaba
muy poco.Alguien saludó; posiblemente lo saludaban
a él, pero no vio bien quién era. Luego lo saludaron
dos tipos, pasando; quiso contestar al saludo,
pero no tenía idea de quiénes eran. Un hombre le
gritó desde la otra acera:
—¡Chao, Carrú!
Por la voz, podía ser un tal Stelvi.Con satisfacción,
Amilcare vio que lo reconocían, que se acordaban de
él. Una satisfacción relativa, porque ni siquiera los
veía o no lograba reconocerlos; eran personas que
se le confundían en la memoria, personas que, en el
fondo, le eran más bien indiferentes:“¡Buenas noches!”,
decía, cuando descubría que alguien lo saludaba
con unmovimiento demano o una inclinación
de cabeza. El que acababa de saludarlo debía ser Bellintusi,
Carreti o tal vez Strazza. De ser Strazza, le
hubiera gustado detenerse a hablar un poco con él.
Pero ya había respondido a su saludo con prisa y,
pensándolo bien, era natural que sus relaciones fueran
solamente así, consistentes en convencionales y
presurosos saludos.
Susmiradas ahora no teníanmás que un solo objetivo:
reencontrar a IsaMaría Bietti. Podía localizarla
a lo lejos, pues llevaba un abrigo rojo. Durante un
trecho Amilcare siguió un abrigo rojo; al pasar a un
lado, vio que no era ella.Mientras tanto, había visto
pasar dos mujeres con abrigo rojo, en sentido contrario.
Ese año estaban de moda los abrigos rojos en
media estación. Poco antes, por ejemplo, había visto
a Gigina la tabaquera con un abrigo semejante. Lo
saludaba ahora unamujer de abrigo rojo, peroAmilcare
respondió con frialdad, porque seguramente se
trataba de la tabaquera. Luego lo asaltó la duda de
que no se tratara de Gigina, ¡sino de IsaMaría Bietti!
¿Cómo era posible confundir a Isa María con Gigina?
Amilcare volvió sobre sus pasos para verificarlo.
Encontró a Gigina, era ella, sin duda. Pero ésta
venía en dirección contraria a la de él, imposible que
hubiera dado la vuelta tan pronto, ¿o por algúnmotivo
no había caminado todo el trecho y había vuelto
sobre sus pasos? Si Isa María lo había saludado y él
había respondido al saludo con tanta frialdad, todo
ese viaje, toda esa espera, todos los años transcurridos
eran inútiles. Amilcare iba y venía por aquellas
aceras, quitándose y poniéndose los lentes, saludando
a todos y recibiendo saludos de nebulosos y
anónimos fantasmas.
En uno de los extremos del paseo la calle de prolongaba
aún y se llegaba pronto a las afueras de la
ciudad.Había una hilera de árboles, una zanja paralela
a ésos y el campo. En sus tiempos, solían allí pasear
del brazo de la novia al caer la noche; quien no
la tenía, llegaba y se sentaba en una banca para oír
el canto de los grillos. Amilcare Carruga prosiguió
por esa calle; la ciudad se extendía ahora un pocomás
allá, pero no tanto. Seguían allí las bancas, la zanja y
los grillos, como antes. Se sentó. De todo aquel paisaje
la noche dejaba solamente en pie unas grandes
franjas de sombra.Allí daba lomismo ponerse o quitarse
los lentes.Amilcare Carruga sabía que la exaltación
originada por los lentes nuevos era tal vez la
última de su vida, una exaltación acabada.

SER INFELIZ por FRANZ KAFKA



Cuando ya se volvió insoportable –una noche de noviembre–,
corrí sobre la estrecha alfombra de mi habitación como en una pista de
carreras y, asustado por la visión de la calle iluminada, me di la vuelta,
encontré un nuevo objetivo en la base del espejo, y grité, sólo para
escuchar el grito, al que nada responde y al que nada mitiga la fuerza
del gritar y que, por consiguiente, se eleva sin contrapeso alguno, sin
cesar, aun cuando enmudece; entonces se desencajó la puerta de la
pared, deprisa, pues la prisa era necesaria, y hasta los caballos del
coche, abajo, en el empedrado, se irguieron como bestias que se tornan
salvajes en la batalla, ofreciendo las gargantas.
Como si fuera un pequeño espectro, un niño salió del oscuro
pasillo, en el que aún no ardía la lámpara, y permaneció de puntillas
sobre una tabla de madera que se balanceaba imperceptiblemente.
Cegado por la luz crepuscular de la habitación, quiso taparse rápidamente
el rostro con las manos, pero se tranquilizó de improviso al
mirar hacia la ventana, cuando comprobó que el reflejo de la iluminación
callejera, impulsado hacia arriba, no lograba desplazar del todo a
la oscuridad. Apoyado en el codo derecho, se mantuvo erguido ante la
puerta abierta, pegado a la pared de la habitación, y dejó que la
corriente de aire procedente del exterior acariciase las articulaciones de
los pies, y también que recorriese el cuello y las mejillas.
Lo miré durante un rato, luego dije «buenos días» y retiré la chaqueta
de la pantalla de la estufa, ya que no quería permanecer medio
desnudo. Durante un tiempo mantuve la boca abierta, para que la
excitación me abandonase por la boca. Tenía una saliva desagradable,
los párpados me vibraban, en suma, lo único que me faltaba era esa
visita inesperada.
El niño estaba todavía junto a la pared, en el mismo sitio, presionaba
la mano derecha contra el muro y, con las mejillas coloradas,
nunca quedaba saciado de frotar la blanca pared con la punta de los
dedos, pues era granulada. Dije:
–¿Realmente ha querido venir a mi casa? ¿No se trata de un error?
No hay nada más fácil que equivocarse en esta casa tan grande. Yo me
llamo «fulano», vivo en el tercer piso. ¿Es a mí a quien quiere visitar?
–¡Silencio! ¡Silencio! –dijo el niño hablando sobre el hombro–.
Todo es correcto.
–Entonces entre en la habitación, quisiera cerrar la puerta.
–Acabo de cerrar la puerta. No se preocupe. Tranquilícese de una
vez.
–No hable de «preocuparme». Pero en ese pasillo vive mucha
gente, todos son, naturalmente, conocidos míos; la mayoría regresan
ahora de sus negocios; si usted escucha que hablan en una habitación,
¿cree usted tener el derecho de abrir y mirar lo que ocurre? Esa gente ha
dejado a sus espaldas el trabajo diario; ¡a quién se habrán sometido en
su efímera libertad vespertina! Por lo demás, usted ya lo sabe. Déjeme
cerrar la puerta.
–Sí, ¿y qué? ¿Qué quiere usted? Por mí puede venir toda la casa.
Y, además, se lo repito, ya he cerrado la puerta, ¿o acaso cree que sólo
usted puede cerrarla? He cerrado con llave.
–Entonces está bien. No quiero más. No era necesario que cerrase
con llave. Y ahora póngase cómodo, ya que está aquí. Es usted mi
huésped, confíe en mí. Siéntase como en su casa, sin miedo. No le
obligaré ni a quedarse ni a irse. ¿Debo decirlo? ¿Me conoce tan mal?
–No, realmente no era necesario que lo dijera. Aún más, no lo
debería haber dicho. Soy un niño; ¿por qué tantos problemas por mi
causa?
–No, no pasa nada. Naturalmente, un niño. Pero usted no es tan
pequeño. Ya está usted bastante crecido. Si fuera una muchacha, seguro
que no podría encerrarse conmigo así, sin más, en la habitación.
–Sobre eso no tenemos que preocuparnos. Yo sólo quería decir
que el conocerle tan bien no me protege de nada, sólo le libera del
esfuerzo de tener que mentirme. No obstante, me hace cumplidos.
Déjelo, se lo pido, déjelo. A ello se añade que no le conozco en todas
partes y en todo el tiempo, y menos en estas tinieblas. Sería mejor que
encendiese la luz. No, mejor no. De todos modos le tengo que advertir
que ya me ha amenazado.
–¿Cómo? ¿Que le he amenazado? Pero se lo suplico. Estoy tan
contento de que por fin esté aquí. Digo «por fin», ya que es tarde. Me
resulta incomprensible por qué ha venido tan tarde. Es posible que yo
haya hablado de un modo confuso, debido a mi alegría, y que usted
me haya entendido mal. Que yo haya hablado de esa manera, lo reconozco
una y mil veces, sí, le he amenazado con todo lo que usted quiera.
Pero, por favor, ¡por el amor de Dios!, ninguna disputa. Aunque,
¿cómo puede creer usted algo semejante? ¿Cómo puede mortificarme
de esta manera? ¿Por qué quiere usted amargarme a toda costa el
pequeño rato de su estancia aquí? Un extraño sería más complaciente
que usted.
–Ya lo creo, eso no es ninguna novedad. Por naturaleza puedo
acercarme a usted tanto como un extraño. Eso ya lo sabe usted, ¿para
qué entonces esa melancolía? Diga directamente que quiere hacer
comedia y me iré al instante.
–¿Ah, sí? ¿También se atreve a decirme eso? Usted es audaz en
demasía. A fin de cuentas se halla en mi habitación y, además, no ha
parado un momento de frotar como un loco la pared con los dedos.
¡Mi habitación, mi pared! Y, por añadidura, todo lo que dice no es sólo
una frescura, sino ridículo. Usted dice que su naturaleza le obliga a
hablar conmigo de esa manera. ¿Realmente es así? ¿Su naturaleza le
obliga? Muy amable por parte de su naturaleza. Su naturaleza es mía, y
si yo me comporto amablemente, por naturaleza, con usted, usted no
puede sino hacer lo mismo.
–¿Eso es amabilidad?
–Hablo de antes.
–¿Sabe usted cómo seré más tarde?
–No sé nada.
Y me fui a la mesita de noche, donde encendí la vela. En aquel
tiempo, mi habitación no disponía de gas ni de luz eléctrica. Permanecí
un rato allí sentado, hasta que me cansé; luego me puse el abrigo,
cogí el sombrero del canapé y apagué la vela. Al salir tropecé con una
de las patas del sillón.
En la escalera me encontré con uno de los inquilinos del mismo
piso.
–Ya sale usted otra vez, ¿eh, granuja? –preguntó descansando sólidamente
sobre sus dos piernas abiertas.
–¿Qué puedo hacer? –dije yo–, acabo de tener a un fantasma en la
habitación.
–Lo dice tan insatisfecho como si hubiera encontrado un pelo en
la sopa.
–Usted bromea. Pero tenga en cuenta que un fantasma es un fantasma.
–Eso es verdad. Pero, ¿qué ocurre si no se cree en fantasmas?
–¿Quiere dar a entender que creo en fantasmas? ¿En qué me ayudaría
esa incredulidad?
–Muy fácil. Usted ya no debe tener miedo cuando le visita un
fantasma.
–Sí, pero ése es un miedo secundario. El miedo real es el miedo
que produce la causa que ha provocado la aparición. Y ese miedo permanece.
Precisamente lo tengo ahora, y enorme, en mi interior.
Comencé a registrar todos mis bolsillos por los nervios.
–¡Pero ya que no sintió propiamente miedo ante la aparición,
podría haberse planteado tranquilamente la pregunta acerca de su
causa!
–Resulta notorio que usted todavía no ha hablado con fantasmas.
De ellos no se puede recibir nunca una información clara. Todo es un
divagar aquí y allá. Esos fantasmas parecen dudar de su existencia más
de lo que nosotros lo hacemos, lo que, por lo demás, y debido a su abatimiento,
no produce ninguna sorpresa.
–Sin embargo, he oído que se les puede rellenar.
–Ahí está usted bien informado. Eso sí que se puede hacer, ¿pero
a quién le interesa?
–¿Por qué no? Si se trata, por ejemplo, de un fantasma femenino
–dijo, y subió un escalón más.
–¡Ah, ya! –dije–, pero aun así no está dispuesto.
Me despedí. Mi vecino estaba ya tan alto que para verme necesitaba
inclinarse bajo una bóveda formada por la escalera.
–No obstante –le grité–, si me quita a mi fantasma, hemos terminado
y para siempre.
–Pero si sólo fue una broma –dijo, y retiró la cabeza.
–Entonces está bien –dije.
Podría haber salido tranquilamente a pasear, pero me sentí tan
abandonado que preferí subir y acostarme.

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