martes, mayo 14, 2013

NO SE CUENTA DEL COBRE por CYNTHIA RIMSKY



Siendo Antofagasta una ciudad costera no tiene acceso al mar. Dice la conductora que me trae del aeropuerto que están mejor que antes, cuando el puerto era privado y apilaban sin contemplaciones los containers hacia arriba. Ahora los malls, que se construyeron en los ex terrenos portuarios, dejaron un paseo peatonal junto al mar y aunque deban obligatoriamente cruzar las tiendas medianas y anclas, el patio de comidas, los juegos, finalmente salen por una puerta pequeña y llegan al mar.
Cuando dan la luz verde para cruzar la avenida de dos carriles que va de norte a sur, una anciana no se decide a cruzar. Los automóviles pasan demasiado rápido y a pesar del semáforo, siente miedo. Me pregunta si he visto alguna farmacia abierta. La tomo del brazo y cruzamos tan pausadas que la luz roja nos sorprende en el descanso entre ambas vías. La anciana voltea los ojos hacia mi para no mirar y, cuando la dejo del otro lado me agradece: “Desde aquí ya reconozco la ciudad”.
La anciana ha vivido en este lugar durante 80 años y no lo reconoce. Una amiga me dice que planean convertir a Antofagasta en la ciudad del futuro. Así que este es el futuro, me digo al descender del avión entre los numerosos varones que vienen de todas partes del país. Imagino que el Far West no debió ser distinto.  Personas que cambian lo bueno o poco que tienen por el sueño de ganar dinero fácil y rápido. Porque a Antofagasta no se viene a crecer, a cultivarse, a buscarse a uno mismo, al amor, a contactarse con la naturaleza, a cambiar de vida. Se viene a buscar dinero.
En Santiago  corre el rumor de ya no quedan maestros constructores, que todos se vinieron a trabajar en servicios que requieren las minas, gásfiters, electricistas, un aseador ganaría aquí 700 mil pesos. No son los únicos. Por todas partes se escucha el cantito de los colombianos de Barranquilla, Cali, Buenaventura. Trabajan como meseras (os), dependientes de comercios, prostitutas, traficantes, son propietarios de locales que ofrecen jugos naturales y de tiendas que compran el oro que los soñadores adquirieron cuando estaban ganando y que después se verán obligados a vender. La multiplicación de este tipo de locales me hace suponer que la riqueza cambia aquí de manos a la misma velocidad que los automóviles último modelo.
Los cajeros automáticos al mediodía se quedan sin dinero. En los Bancos no achican las filas de personas que cobran un cheque que les sirve para pagar en otro banco. Un maestro flaco, casi enclenque, maneja dos celulares, a todos los que llama les cuenta que lo cortaron en el trabajo y enumera los Bancos a los que debe ir después de hacer fila en este. La última llamada es a un amigo que se endeudó y ahora no tiene cómo pagar. El maestro le aconseja que pida prestado y renegocie la primera cuota, eso le dará tiempo para arreglar la camioneta y venderla. Imagino que no solo el oro cambia de manos.
Al bar del antiguo Hotel Antofagasta se ve el mar llegan un hombre de unos 70 años y una colombiana curvilínea de 35 o 40. Como el barman y la mesera también son colombianos se ponen a conversar. Me entero que la mujer lo conoció en Calama. El chileno no puede creer la suerte que tuvo. “Si hasta sabe hasta cocinar y es tan cariñosa”. La colombiana está feliz porque se irán a vivir a Viña del Mar y planea cómo será su guardarropa, mientras el barman se queja de que alquilar un cuarto en una casa cuesta 180 mil pesos y la mesera cuenta cómo debe soportar que los chilenos la traten como una negra de mierda.
Todo vale el doble o el triple. El único motivo para la carestía es que todos quieren sacar más en menos tiempo. Los comedores tienen los muros necesarios para no estar en la intemperie. Las boites carecen de ventanas. Los edificios de apartamentos son horribles. El café, el pan, los postres, las pizzas, los helados, son de mala calidad. Desaparecieron los pescados de la zona y los que están a la venta vienen del sur. Mejillones está contaminado en un 100 por ciento y los índices de cáncer son mayores en esta zona que en otras.
Para subir los precios, en los restaurantes solo ofrecen vinos caros. A nadie le importa comprar buenos productos, capacitarse, mejorar las recetas. ¿Para qué? Las mujeres saben que sus maridos tienen amantes y lo toleran mientras él les pase parte del sueldo para verse jóvenes y millonarias. La vida es cara porque solo lo que cuesta dinero, tiene valor. No importa la calidad de los colegios siempre que sean particulares y con nombres en inglés. A nadie la importa cuidar la ciudad, el mar, los árboles, la arquitectura. Para qué si solo vienen por el dinero. Los pobres se siguen encaramando a los cerros y la ciudad con mayor ingreso per capita es la que tiene la peor pobreza. Campea la ignorancia en todas sus formas.
En Antofagasta no se opuso, de parte del gobierno o de la comunidad, resistencia alguna a la minería extranjera. Cuando le pregunto a un periodista local por qué no cuentan lo que está sucediendo, me contesta que las mineras tienen a todos comprados. La anciana tenía razón, la ciudad está irreconocible.
Es la ciudad del futuro.

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