domingo, noviembre 24, 2013

LA LENGUA DE LAS PIEDRAS por ANDRÉ BRETON


"Alejamiento infinito del mundo de las flores", suspira Novalis. ¡Qué decir, entonces, del de las
piedras! ¿Y a qué se debe que, de camino, creamos tener un poco más de acción en éste?
Claro que la cuestión no podría tener sentido más que para quienes piensan que nada de lo que
les rodea está ahí para nada, que no puede dejar de importarles en algún aspecto; que una
percepción que se repite un número inconmensurable de veces, de la mañana a la noche de la
vida, como la del objeto llamado genéricamente "guijarro", no puede permanecer limitada a sí
misma, quedarse en letra muerta. Las sapientes clasificaciones de los mineralogistas los dejan
totalmente insatisfechos. En realidad, estos mineralogistas no representan para aquellos
inquiridores más que una categoría de esos "elocuentes naturalistas" que se quedan en lo visible y
en lo palpable y de los que Claude de Saint-Martin ha podido decir que "defraudan nuestra
expectación no satisfaciendo en nosotros esa necesidad ardiente y apremiante que nos lleva, más
que a lo que vemos en los objetos sensibles, hacia lo que no vemos".
Sin ir a los orígenes en estado bruto, cuya indagación supone el traslado a otras latitudes
y la puesta en marcha de todo un aparato, nada más fácil que llegar a sentir la particular
"dignidad" de ciertas piedras. No hay más que vagabundear por los alrededores de la Orangerie o
de las Tuilleries, a lo largo de las orillas del Sena, mucho mejor después de un aguacero,
ateniéndose a veces a bajar los ojos, para cosquilleo del silex que tapiza como pocos el suelo
parisiense. De aquí a coger uno de esos fragmentos bonitos para sacarle efectos luminosos en
todas sus caras no habría más que un paso si no fuera porque ese paso sólo pueden darlo los que
conservan cierta lozanía de sus pocos años. Por lo demás, en el niño es un gesto instintivo.
El hecho es que las piedras dejan pasar, sin detenerlos lo más mínimo, a la mayoría de
los seres humanos llegados a la edad adulta, pero los que excepcionalmente se prendan de ellas lo
normal es que ya no se desprendan nunca. Allí donde las piedras se congreguen, los atraen y se
recrean en hacer de ellos una especie de astrólogos invertidos. El velo de puro ornamento que por
un instante hizo caer sobre ellas su mirada se ha ido levantando poco a poco, a partir de lo cual
se les ha ido imponiendo oscuramente la necesidad de una indagación más exigente cada día.
Esta creciente exigencia los lleva a poner cada vez más atención, y cada vez más exclusiva, en
esa especie de aportaciones que se caracterizan porque gracias a ellas se puede profundizar más y
más en la imagen casi vacía de sentido que la generalidad de la gente se hace del mundo. Quiere
decirse que, con esto, entramos en el campo de los indicios y de los signos.
Gaffarel, bibliotecario de Richelieu y limosnero de Luis XIII, consagra el apelativo de
gamahés -nombre, cree él, derivado de «camaieau» (camafeo), corrupción de «chemaija», que
significa como el agua de Dios- a las piedras grabadas como jeroglíficos, entre las cuales pone en
primera línea las "ágaras figuradas". Estanislao de Guaita advierte que su teoría apenas difiere de
la de Oswald Croll, que, en su Libro de las firmas, sostiene que esas improntas son «las firmas de
las fuerzas elementales que se manifiestan en los tres reinos inferiores" y que, mucho antes de
ellos, Paracelso había estudiado detenidamente los gamahés, a los que dio el poder de curar. Esta
opinión prevaleció en los medios sapientes del siglo XVll, como lo demuestra esta cita de un
autor prusiano. «Ocurre a veces que los rayos caídos de las estrellas (con tal que sean de la misma
naturaleza) se unen a los metales, a las piedras y a los minerales, que han caído de su posición
más alta, los penetran enteramente y se amalgaman con ellos. En esta conjunción está el origen
de los gamahés: se penetran de esta influencia y reciben la signatura de la naturaleza". Jurgis
Baltrusaitis, en una hermosa obra muy reciente, uno de cuyos capítulos se refiere a las "piedras
con imágenes", recuerda el jesuita alemán Athanase Kircher pensó que podría trazar la
nomenclatura de los diversos tipos de minerales a que nos referimos y explicar las causas de su
anomalía que, naturalmente, sólo la divina «Providencia» ha podido disponer.
En disculpa de los observadores e investigadores de los tiempos pasados hay una buena
alegación: que las formas orgánicas fósiles no se reconocieron como tales hasta Bernard Palissy,
y el hecho de que se las confunda con las figuraciones fortuitas que nos interesan tenía, por
fuerza, que multiplicar las causas de error. Camille Flammarion insiste en el hecho de que, pese a
las comunicaciones de Sténon en 1669, «Fontenelle, Buffon, Voltaire dudan de la naturaleza de
los fósiles y no adivinan el proceso de formación de los terrenos de sedimentos".
Es de extrañar que, sustraído el imperio de los gamahés la prolongada y abusiva
ingerencia de los fósiles, no haya perdido nada de su prestigio a ciertos ojos. Verdad es que nunca
como hoy sintió el arte la necesidad de insertarse en lo fortuito (basta referirse a los "frotages",
"fumages", "coulages", "souflages" y otros modos de asociación con el azar en la pintura). En el
fondo, el gusto no ha cambiado mucho desde que, en 1628, el archiduque de Austria esperaba de
Toscana un mueble "enteramente cubierto de ágatas, de cornalinas, de calcedonias, de jaspes con
cuadritos pintados al óleo".
Cosa muy distinta es, nunca me cansaré de repetirlo, manifestar un interés de curiosidad
por piedras insólitas, todo lo bellas que se quiera, pero a cuyo descubrimiento hemos sido ajenos,
y ser esclavo de su búsqueda, para de tarde en tarde encontrar algunas, y aunque objetivamente
valgan menos que las que ya se tenían. Entonces, es como si se jugara algo de nuestro destino.
Estamos, totalmente entregados al deseo, a la solicitación y sólo en virtud de ellos puede cobrar
valor tan alto el objeto buscado. Entre él y nosotros, como por ósmosis, se van a producir
precipitadamente, por vía analógica una serie de intercambios misteriosos.
El viejo minero llamado el "Buscador de tesoros", que encuentra Henri de Ofterdingen,
evocando las riquezas que le han descubierto las montañas del Norte, declara que a veces ha
creído entrar en un jardín encantado. Se ha dado el caso de experimentar la sensación en una
playa de Gaspesia a donde el mar solía echar y llevárselas sin dar tiempo a cogerlas unas piedras
alargadas, transparentes, de todos los colores, que brillaban de lejos como lamparitas. El año
pasado, al acercarnos, bajo una llovizna, a un cauce de piedras que todavía no habíamos
explorado a lo largo del Lot, el súbito "saltarnos a los ojos" varias ágatas de una belleza
inesperada para la región me hizo creer que iban a surgir a cada paso otras más bellas y me
mantuvo más de un minuto en la perfecta ilusión de estar pisando el paraíso terrenal. No cabe
duda de que la obstinación en la búsqueda de los fulgores y de los signos, de que trata la
"minerología visionaria", actúa sobre el espíritu a la manera de un estupefaciente.
Hasta hay cabezas que parecen poco capaces de resistir a él, ciertos "gamahistas" a
quienes sus trabajos les dan plena libertad para el desvarío. J. A. Lecompte piensa que el pavor o
ciertas impresiones violentas, el fanatismo religioso o el político, pueden provocar la creación
espontánea de un gamahé. J. V. Monbarlet, al cabo de largos años de "estudios", tiene por cierto
que, en todo el valle del Dordogne, no hay una sola piedra, un solo sílex que no haya sido
esculpido, grabado y pintado por el hombre -según él el artista galo- poniendo en él, tanto en el
exterior como en el interior (como ocasionalmente lo revela al partirse), "cuadros misteriosos" e
innumerables combinaciones. Estos dos autores se creen en el deber de corroborar su tesis con
ayuda de numerosos dibujos o fotografías que naturalmente, de lo único de que pueden
convencernos es del disturbio "paranoico" de su mente.
Sólo cuando se levantan construcciones sistemáticas tan ambiciosas se rebasan, a mi parecer,
los derechos de la mineralogía visionaria. Entre las piedras de aluvión de un río como el Lot -
limitándome a lo que yo puedo conocer mejor-, muchas veces he creído comprobar que las que,
en una búsqueda emprendida por un grupo, llaman la atención de cada uno por sus calidades de
sustancia o de estructura son las que presentan más afinidades con su complexión particular. Creo
que, en el mismo recorrido, dos seres, a menos que tengan un raro parecido, no podrían recoger
las piedras: tan cierto es que sólo se encuentra aquello que una profunda necesidad reclama, y
esto aun en el caso de que esa necesidad sólo se pueda satisfacer de manera enteramente
simbólica.
"Todo cuerpo transparente -piensa Novalis- se encuentra en un estado superior y parece tener
una especie de conciencia". Nada más cierto. Se apoya de pasada, en Ritter, que, muy entregado
a escrutar el "alma universal propiamente dicha", sostiene que todos los fenómenos exteriores
deben llegar a ser explicables como símbolos y como resultados últimos de fenómenos interiores"
y que "la imperfección de unos debe llegar a ser el órgano que revela los otros. Todavía algunos
reaccionamos así. Las cintas internas del ágata, con sus contracciones seguidas de bruscas
desviaciones sugieren lazos de trecho en trecho, cuando las vemos por vez primera vez parece
que miran al través, en un espacio selectivo, nuestro propio "influjo nervioso". De esto puede
resultar los más perturbadores "choques", y el mejor ejemplo de los mismos que puedo citar es la
existencia de una piedra en la que se abre el sexo de la mujer, supremamente descrito, entre las
circunvalaciones del cerebro.
La búsqueda de las piedras que tiene este singular poder alusivo, sí es verdaderamente
apasionada, determina el rápido paso de los que a ella se entregan a un estado segundo, cuya
característica esencial es la extraludicez. Esta, partiendo como un cohete de la interpretación de
una piedra excepcional, abarca e ilumina las circunstancias de su hallazgo. En caso tal, tiende a
suscitar una causalidad mágica, que supone la necesidad de intervención de factores naturales sin
relación lógica con lo que está en juego, por lo cual desconcierta y confunde los hábitos de
pensamiento, pero sin que por ello deje de subyugar nuestra mente.
El verano pasado, mi amigo Nanos Valaoritis tuvo la gentileza de consignar para mí las
observaciones que ha suscitado el hallazgo de la bellísima piedra, en forma de figura sentada, que
aquí se reproduce:
"Cuando Marie W. nos llevaba por la noche en automóvil por la meseta calcárea desde las
¨playas¨ del Lot donde se nos había hecho tarde, no dejaba nunca de parar, por miedo a matarle o
herirle, si un pájaro nocturno, deslumbrado por los faros, se quedaba quieto ante nosotros. El 14
de septiembre contamos nueve paradas por causa de otros tantos pájaros, al parecer de la misma
especie. El planeta Marte, que según los periódicos está excepcionalmente cerca de la tierra, nos
cautiva durante buena parte del trayecto.
"De nuevo el 15, con A.B., explorando una pequeña playa cerca de Arcambal, a unos pasos
encuentro en el río la piedra en forma de figura sentada, en la que me llama especialmente la
atención la cabeza de pájaro nocturno. Mientras estamos observando, viene a revolotear en torno
a nosotros el ¨gran Marte cambiante¨, una mariposa relativamente rara, siempre fascinadora. Se
pesa con insistencia sobre el perro que nos acompaña. Otra piedra que encuentro se parece más
claramente aún a los pájaros nocturnos de la víspera.
"El 17 de septiembre estará ¨Marte en la posición más próxima a la tierra.
"A los pocos días, leo un estudio de A. Lemozi sobre una sepultura neolítica descubierta en
Toure Faure (Lot). Parece ser que en la piedra que cubre esta sepultura se destaca una cabeza de
lechuza, de lo que deduce el autor que los pueblos neolíticos de la región adoraban a una diosa
con cabeza de lechuza, divinidad tutelar de los sepulcros. Con razón o sin ella, cuanto más lo
hemos pensado, más hemos creído que la piedra que yo encontré era la representación de la
diosa".
Una piedra como ésta, cuyo aspecto intencional llega tan lejos, plantea en realidad un
problema insoluble. Tal como es, por la misma ambigüedad de origen, esa duda en que nos deja
le da para mí un inmenso prestigio, pues tiende a conferirle una posición clave entre el "capricho
de la naturaleza" y la del arte.
Lotus de Paíni sostiene que la fase de Intuición se inicia históricamente en la especie humana
en el momento "en que el alma penetra hasta el fondo de la piedra y toda de ella definitivamente
las potencias del YO. La piedra.-dice también- confiere a la raza de los hombres el alto privilegio
del dolor y de la dignidad". En todo caso, parece fuera de duda que al renunciar el hombre a
algunas de sus preciosas facultades es cuando llegó a considerar las piedras como despojos. Las
piedras -por excelencia las piedras duras-, continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a
cada cual un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe le enseñan lo que aspira a saber. Las
hay también que parecen hablarse una a otra y que, acercándose a ellas, se las puede sorprender
hablándose. En tal caso, su dialogo tiene el inmenso interés de hacernos traspasar nuestra
condición fundiendo en el molde nuestras propias especulaciones la sustancia misma de lo
inmemorial y de lo indestructible (aquí no valdrá acantonarse). Desde este punto de mira, creo
que, para nuestra mayor o menor edificación-eso depende sólo de nosotros-, merece la pena
observar la gran Tortuga y el Cacique hablando del misterio de los comienzos y de los finales.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...