miércoles, enero 22, 2014

PRESENTACIÓN DEL LIBRO AQUELARRE (ALQUELAGARRE) por EDUARDO DIAZ ESPINOZA


Pretende ser una Antología de Escritores Jóvenes de
Antofagasta, este AQUELARRE (ALQUELAGARRE) Es lo que
me tira de cabeza ante un asunto problemático: Lo conceptual
y estético, buscando un mínimo de rigor y coherencia con lo
que tenemos en lírica y narrativa corta más reciente. ¿Se
puede hablar de juventud en materia de escritura poética o
narrativa? ¿Es permitida la categoría de joven en el trabajo
literario?
Lo estereotipado nos indica que lo joven se puede identificar
con la ruptura, el no estar ni ahí, romper es'quemas, sin
ataduras con el pasado y a la renovación de la persona, a lo
nuevo. Si ponemos atención, a esta llamada «ruptura» o el «no
estar ni ahí», está bien, pero, lo que «rompe esquemas» entre
estos jóvenes menores de 30 años, realmente es que no son
auténticamente rupturistas respecto a lo elaborado por generaciones
precedentes -38, 50 y otras- lo que hallamos es un
afán modernizante o postmodernizante enfatizando universalidad,
más allá de la laricidad de sus ascendientes, ellos se
han alejado del regionalismo, que es una necesidad inclusive
para mantener la propia identidad, las más íntimas raíces.
Algunos toman la palabra poética rimbaudiana, huidobriana,
mallarmeana, de Rohka.
Los cuenteros tienen esencias cortazianas,
bukowskianas, stokerianas y sadistas, ejerciendo una
alquimia trascendente y esencial en la realidad fenoménica,
dando un sustancial sentido de rito transustanciador que
ocurre en la operabilidad del lenguaje que llegamos a
entender como mágico, en el intento universalista que se
proponen, haciendo tabula rasa de grandes maestros
insistiendo en nutrirse con electricidad sanguinaria entre los
narradores como Ossandón, Jara, Hernández, Castillo; o
apariencias antipoéticas conversos plenos de sexo emanados
de una cultura animalística como lo apreciamos en los
poemas de Farías, Urrutia, Díaz, Bugueño, Castillo o Cerda,
con discursos marginales. Basta oír un diálogo entre estos
jóvenes. El vocabulario cambia de continuo; escriben por
generación espontánea estos Shakespeare del hueveo y la
palabrota a flor de labios, yendo hacia una estética
convencional, bastardeando al lenguaje. Más que
conocimientos y lecturas, está esa parte de la inteligencia que
es el instinto. ¿Cuál es el sentido de estos protestunes?
repitamos el elogio de Sartre: «Algo ha venido de ustedes que
es asombroso y abrumador. Niega todo lo que nuestra sociedad
como es hoy día, ha realizado. Es lo que llamará la extensión
de los límites de lo posible. No lo renuncien».
Al leer «desocupado lector», veréis si se puede aquí hallar
méritos y valores en estas voces de los noventa próximos al
dos mil, entre mérito y extraños, para encontrar lo que haya
más peculiar, más de característico de estos nuevos liríadas,
inspirados en su natural manera de ser, a éstos veámosle más
allá de las formas, el fondo de sus discursos, pero respiran
aliento poético y narrativo, plenos de hastío buscan cambiar
nuestro mapa literario, no sabemos aún, si alguno de ellos
será capaz de hacerlo, sus textos -de los poetas- no son
reelaborados, pulidos o vueltos a pulir como lo hacía don
Juan Ramón, o como lo hace el iquiqueño Guillermo Ross-
Murray.
Ellos son arrogantes. En su discurso, transgreden, en él
abunda una cosmogonía venérea y apreciamos una violación
de casi todas las reglas de sintaxis y de puntuación. Anotemos
también tanta carga de narcisismo y rebeldía juvenil, con sus
carretes, sus tipos de terribles bluyín o blackyín descocidos,
desarrapados, hablando su propia prosodia. Rechazando al
inhumanismo neoliberal consumista, agitadores de un nuevo
mañana, para un hombre liberado de las presiones de grupo.
Al referirnos a ellos es bueno citar al gran premio de Poesía
de la Academia Francesa 1967, George Brassens cuando
dice:
“La edad no tiene nada que ver
cuando uno es huevón es huevón
basta de pelear entre ustedes
huevones jóvenes, viejos huevones
huevoncitos principiantes
viejos huevones temblequeantes"
de lo que éstos escriben, habrá que echarle la culpa a
Condorito, Nietzsche, la pequeña Lulú , Mafalda. Drácula, Los
Simpson, al Heavy Metal, los video games o Robocop, pues en
esto han ocupado su tiempo más que en los libros o la
gramática, obligados a degustar la literatura por fragmentos,
privados muchos del extasis y de la elevación que suelen
ocasionarnos determinadas lecturas.
El provocador del Roland Barthes deja por ahí clarito que “La
literatura es lo que se enseña y punto”. De estructural no hay
nada en esta apreciación, su enfoque es más bien
funcionalista, el asunto es según cómo se enseña y lo que
finalmente llamamos “Literatura”. Cínico acertado, con
Diógenes y tantos otros, cínico Roland. Nada tiene que ver con
Roland Barthes donde iba el rucio Cameron y varios báquicos
más.
Pero vamos arando, o mirando a las “ranas calatas”,todo para
no justificar nada. Me recuerda a un estudiante de un colegio
pirulo, su profesora, le apodaban “la mosca”, es una de esas
tantas, que hace que enseña, y el alumno se hace el
aprendido. “La Mosca” les hizo leer la “novela” “ la increíble y
triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”,
el alumno se leyó por ahí un resumen de las solapas y otros
datitos de revistas “literarias” de algún diario y eso copio. La
«profesora» que, creo yo, no leyó jamás el cuento, pero que
escuchó que era novela, aceptó aquello. Con gente así, los
libros de literatura tienen la imagen y el gusto a aceite de
bacalao.
«¿Dónde desenterrar la palabra, la proporción que rige al
himno y al discurso, al baile, a la ciudad y ala balanza?»
OCTAVIO PAZ
En esta juventud fervorosa, hay nombres que pueden ser
itinerarios definitivos en las letras de Chile, puede también
que extravíen el camino y sean sólo una huella rota. La poesía
ahonda en nosotros sus raíces. La actitud de los poetas y
narradores del Círculo de Estudios «Manuel Durán Díaz»,
ubican en el centro del hombre mismo, con' sus angustias,
problemas y modos personales de interpretar y sentir el curso
de la existencia.
No es toda la poesía de estos jóvenes nortinos, una
escritura automática, hay meditación y amor al oficio en estos
poemas llenos de claroscuros, de vislumbres inesperados,
procaces, de perspectivas imposibles, de recurrencias que nos
envuelven como una respiración próxima o nos aprisionan
como esos versos que los ojos de los poetas trazan en lo
incierto.
No acreditamos, pues, que se puedan asegurar formalmente
que nos hallamos aquí ante una poesía regida por la
vaguedad y por la imprevisión. Sus nombres son ignorados y
todo editor precavido sopesará bien si merece la pena
publicarles un libro aparte, son una generación formada bajo
el régimen dictatorial, esta literatura refleja el momento
después del Dictador, buscamos la fisonomía espiritual de
estos jóvenes, de los rasgos que los definen, después que se
ha despotrillado un modo de vida.
Ellos son Eduardo Farías; Claudia Urrutia; Sasha; Tirilla;
Patricio Jara; Ximena Hernández; Pepe Ossandón;
Cerasto; Eskupe; Andreas; Marta Parra; Pedro Herrera; Gía;
Boris Leyton; Millarka Valenzuela, Adal; Kitara; Ricardo Silva
y Claudio Luna. Todos se han lanzado por una ruta que los
mueve en el sonido metálico de una nueva lengua, la que
hablan a su manera, descuidados de forma, sus afanes son de
insecticidas que buscan terminar con la polilla que carcome la
poetada regional.
Ya está bueno de continuar pensando a media luz, para
ir iluminando en nuestra gente joven toda la capacidad que
tienen para ver, comprender, tomar, conocer, a través del Arte
y de la Literatura, pues, hay que ir haciendo crecer el arbolito
de la Cultura, usando la palabra con toda la energía que
irradia la furia de la razón.


EDUARDO DIAZ ESPINOZA

AQUELARRE (ALQUELAGARRE) LITERATURA JOVEN ANTOLOGADA POR EDUARDO DIAZ ESPINOZA (1993)


(CLICKEAR PARA BAJAR PDF)

miércoles, enero 08, 2014

UN HOMBRE PERDIDO por HENRI MICHAUX


Al salir, me perdí. Enseguida fue demasiado tarde para retroceder. Me hallaba en
medio de una planicie. Y por todas partes circulaban grandes ruedas. Su tamaño
era cien veces el mío. Y otras eran aún más grandes. Casi sin mirarlas, cuando se
acercaban yo bisbieaba suavemente, como para mí mismo: “Rueda, no me
aplastes... Rueda, te lo suplico, no me aplastes... Rueda, por favor, no me
aplastes.” Llegaban levantando un viento potente y volvían a partir. Yo
temblaba. Desde hace meses así: “Rueda, no me aplastes... Rueda, esta vez
tampoco me aplastes.” ¡Y nadie interviene! ¡Y nada puede detener esto!
Permaneceré allí hasta mi muerte.

SAKYAMUNI SALIENDO DE LA MONTAÑA por ALLEN GINSBERG


Liang Kai, Southern Sung
Arrastra sus pies desnudos
saliendo de una caverna
bajo un árbol,
las cejas
crecidas de tanto llorar
y dolor de nariz ganchuda
con harapientas y suaves vestiduras
mostrando una magnífica barba,
manos infelices
prietas contra su desnudo pecho—
la humildad es estar abatido—
la humildad es estar abatido—
se tambaleó cayendo entre los arbustos junto a un
arroyo,
todas las cosas inanimadas
pero su inteligencia—
se mantiene erguida allí
aunque temblando: Arhat
que buscó el Cielo
bajo una montaña de piedra,
se sentó pensando
hasta que se dio cuenta
de que la tierra de la bendición existe
en la imaginación—
viene el flash:
espejo vacío—
qué doloroso nacer de nuevo
con una magnífica barba,
entrar de nuevo en el mundo
amarga ruina de un sabio:
su único camino la tierra ante él.
Nosotros podemos ver su alma,
el no sabe nada
como un dios:
estremecido
humilde desgraciado—
la  humildad  es el abatimiento
ante el Mundo absoluto.

HENRI MICHAUX O COMO ESCAPAR DE LA PETRIFICACION por PHILIPPE OLLÉ -LAPRUNE


En 1954 Henri Michaux anuncia a sus conocidos que pretende experimentar con el consumo de drogas alucinógenas, y se organiza para hacerlo. Entonces tiene 55 años y la obra y el mito de Michaux ya están sólidamente establecidos. Con ello, busca provocar que su mente enloquezca, hacer posible un recorrido por el corazón de las zonas más oscuras de su ser. Desde hace mucho tiempo le ha dado un sentido poco usual a su práctica artística: permitir reconocerse a profundidad, como si cada uno pudiera explorar su mundo
interior de la misma forma que lo hace con una ciudad o un paisaje. Lo escribe en su recopilación Pasajes: “Escribo para recorrerme. Pintar, componer, escribir: recorrerme. En ello reside la aventura de ser en la vida.” Su actividad creadora surge del mismo corazón de su razón de ser: crear y vivir consisten en una sola cosa, ya que la meta es trabajar con  el fin de conocerse, sin descanso ni estancamiento, rechazando las certezas e internamientos. Recorrerse. Como si el proyecto de una existencia y el motor de una obra dependieran de ello. La búsqueda de Michaux da una sensación de vértigo: la imposibilidad
de alcanzar una meta precisa hace que cualquier conclusión sea imposible. El objetivo se encuentra en el cambio y no en el resultado. Este movimiento resume lo que da sentido al destino y a los escritos y
dibujos de Henri Michaux. Se compromete con una búsqueda interior, con la certeza de que así podrá remediar las carencias que le impuso la vida y descubrir su ser en todo su esplendor y misterio.
Alimenta esta impresión confusa que consiste en ver la inmovilidad como una postura que procede
contra la vida y que da a la muerte una posibilidad de arraigo. Desde muy joven tiene la sensación
de ser un “hombre agujereado”  a quien lo aqueja una carencia y que, visto de esta forma, sus
investigaciones y trabajos deben servirle para llenar este agujero.
Desde su nacimiento se puso al margen y conservó esta huella durante mucho tiempo: nace en
Bélgica, en Namur, en el seno de una familia de comerciantes acomodados quienes rápidamente se
volverán rentistas. En esta atmósfera provincial y confortable, el joven Michaux es enviado al internado,
después sigue su escolaridad en Bruselas, rodeado de futuros escritores como Norge o Goemans.
Pero sobre todo, el adolescente se ve como un “huelguista de lo real”, cercano a la anorexia, solitario y
ensoñador. Parece ser que tuvo la tentación de tomar el hábito (como un cierto Georges Bataille),
pero muy pronto renuncia a su proyecto. Conservaría una atracción muy fuerte por la figura de ciertos
místicos, y la pérdida de la fe seguramente participará en la construcción de esta sensación “de ser un
hombre agujereado”. Padece ya una carencia fundamental.
Debido a la ocupación alemana de Bélgica, la universidad se cierra y el joven Michaux estudia solo, de forma autodidacta. Mientras que uno de sus profesores, e incluso sus condiscípulos, subrayan su
facilidad por la escritura, rechaza este llamado y él mismo dirá: “se desembaraza de la tentación de escribir,
que podría apartarlo de lo esencial”. En él se manifiesta una especie de desconfianza hacia la escritura, como si ésta no fuera un fin en sí misma, como si la capacidad de decir las cosas pudiera caer rápidamente en la inutilidad, la charla sin sustancia, como si la cristalización por medio de las palabras desembocara solamente en una traición.
“Hacer prosa” jamás será una preocupación. Este rechazo constituye también la prueba de que Michaux
tiene, en lo más profundo de sí mismo, la necesidad de escapar de lo previsible: no quiere estar
ahí, donde se le espera. Sin embargo, sigue siendo un lector apasionado y el descubrimiento de Lautréamont y de sus Cantos de Maldoror van a provocar un deseo de escribir que nunca lo dejará. Se acerca a la revista Le Disque Vert [El disco verde] y comienza a publicar ahí sus primeros textos. Para sobrevivir Michaux alterna los trabajitos y la escritura de textos extraños. Sin embargo, Bélgica lo ahoga y también entonces decide escaparse. Con la ayuda de sus amigos de la revista, parte rumbo a París en 1924 y ahí conoce rápidamente a Paulhan y a Supervielle, quienes lo apoyan para que se instale en esta capital que brilla más que nunca. Ahí va a representar a Le Disque Vert, lo cual le abre muchas puertas. Comienza una existencia parisina hecha de amistades raras y muy intensas, de un ascetismo y de una pobreza que lo reenvían hacia lo esencial, de un apetito de reconocimiento que se ejerce en muchos campos. Descubre la pintura y el dibujo al observar las obras de Klee, Ernst, De Chirico. Este tiempo de aprendizaje permanece
misterioso; Michaux nunca será muy preciso sobre su propia vida. De hecho, de 1919 a 1921 de seguro
fue marinero en barcos franceses, pero nunca se ha tenido ninguna prueba de ello. Michaux ama el
secreto, y éste lo recompensa bien. Trabaja como empleado en una editorial (donde incluso efectúa
los envíos) y sueña con algo más… En 1927 publica su primer libro, que tiene un gran impacto: Quién
fui, y sobre todo su profunda amistad con el poeta ecuatoriano de lengua francesa Alfredo Gangotena
le permite lanzarse en un viaje que marca un hito.
Parten hacia el Ecuador a finales de 1927. Va a viajar por más de un año, recorriendo las montañas o
bajando los ríos tropicales en canoa. Michaux va a vivir también dentro de la buena sociedad de Quito,
rápidamente saturada por la atmósfera obsoleta de esas ricas familias que se frecuentan. Lleva su
diario y envía a Paulhan fragmentos de textos de lo que será su primer libro aclamado grandiosamente
por la crítica, Ecuador. En él alterna relatos de viaje, textos del género ensayístico y poemas. Esta
construcción desemboca en un libro profundamente original, que rechaza el exotismo y observa
sus propias reacciones con un tono innovador del cual el Levi Strauss de Tristes trópicos no renegaría.
Vive en “Quito, con nombre de cuchillo”, en el seno de una familia muy rica, y percibe la vacuidad
de las relaciones humanas que observa; encuentra a la gente platicadora y “esta tierra desprovista de su
exotismo”.  En cambio, los textos que describen las bellezas naturales están más marcados por el entusiasmo
y Michaux termina por encontrar encanto y grandeza en su país de acogida.
El viaje siguiente es en defi nitiva “su” viaje y da lugar a la publicación de su segundo y último libro de viaje, Un bárbaro en Asia. Pasa ocho meses entre India, China y Japón, y ahí construye un relato más
lineal, tal vez más esperado. Pero también esmalta su texto con referencias de lecturas, al haber descubierto
en la sabiduría asiática una relación con el mundo que le conviene y que alimenta sus arrebatos
de misticismo. Y como siempre, de lo que trata el texto es precisamente de su mirada de las cosas: no
deja de pensar, sentir, confesar y acercar elementos.
El poeta en movimiento sabe encontrar las palabras y las imágenes que arrastran al lector más hacia el
espíritu del autor que hacia los territorios entonces visitados.
Dos eventos marcan el año 1930: la muerte trágica y misteriosa de sus padres (su padre muere en
un “accidente”, tal vez defenestrado, y su madre cae en la locura y fallece inmediatamente después) y la
publicación de su libro de relatos fantasmagóricos Pluma, en donde pone en escena a ese personaje ligero
y encantador. Así como sus primeros relatos habían intentado torcer el lenguaje y los de viaje
apuntaban a dar cuenta de la realidad con fidelidad y una cierta distancia llena de elegancia, ese libro
enviará la obra de Michaux hacia la ensoñación, el misterio y el humor. Pluma, ser sin espesor, atraviesa
el mundo al crear en él un desorden involuntario y provoca situaciones chistosas e incongruentes.
A través de sus textos, el joven autor descubre su talento único de creador de seres alejados de la
realidad y que sin embargo llegan a decirla con una agudeza incomparable. Imperceptiblemente pasa
de la descripción de un desplazamiento geográfico a un viaje mental marcado por la invención y la fantasía.
Más que inventar una realidad, toma lo real y le coloca sus extravagancias. Así escribirá más
tarde ese soñador confesado, en La noche agitada:
“Estaba en Honfl eur y me aburría. Entonces, puse decididamente más camellos.” O anterior: “Crié en
mi casa a un caballito. Galopa en mi cuarto, es mi distracción.” Esta forma de poner en relieve el imaginario
en el corazón del mundo sensible empuja a nuestro autor a más y más rarezas. Para desorientar
aún más a su lector, va a dedicarse a ir todavía más lejos en sus ensoñaciones y así construir mundos
poblados de personajes incomparables, inauditos y fantasmagóricos.
A su regreso de Asia, Michaux se abalanza sobre la escritura con júbilo, febrilidad incluso. Confía poemas
a revistas, encuentra la forma que cultivará hasta el final: plaquetas o libros fi nos, cuya brevedad se
adecua tan bien a sus textos. A veces da la sensación de no querer disfrutar del estatus de “hombre de letras”, pero enseguida reúne sus obras en volúmenes con mejor distribución, en particular bajo el sello de
las prestigiadas ediciones Gallimard. Se convierte entonces en un escritor respetado, incluso admirado,
en particular después de la publicación de La noche agitada (1935), texto que se despliega en el seno del
universo de los sueños. Viaje por la Gran Garabaña (1936) le sigue a esa publicación y abre un nuevo ciclo
en su obra: inventa y describe lugares y seres totalmente imaginarios, como los Hacs o los Emanglons.
Va a utilizar entonces su talento para crear universos extraños, acorralado entre el mundo de Pluma y
de sus viajes, echando mano de lo que ya domina, inventa una forma nueva y fiel a sus deseos.
Antes de sus libros raros, su escritura daba mucho lugar al “yo”. Esta primera persona permanecerá
natural en el escritor que “escribe para recorrerse”, recordémoslo una vez más. Ya no redactará
relatos de viaje; ningún texto lo volverá a ligar a un desplazamiento geográfico, pero no dejará de
estar en movimiento, en la corriente, en búsqueda.
Su destino y su obra tomarán sentido de esta forma: el descubrimiento de nuevos horizontes lo empuja
hacia todas las experiencias y su trabajo consistirá en hacer evidentes los territorios apagados. Así es
como comienza a pintar y a dibujar, aunque nada permitía preverlo. Esta atracción por las formas
plásticas nunca lo dejará.
Así pues, Michaux vive retirado, pero acepta una invitación al congreso del Pen Club que tuvo lugar
en Buenos Aires en septiembre de 1936. Entonces, forma parte de la delegación belga y responde a la
solicitud de Victoria Ocampo, mujer de letras, mecenas y directora legendaria de la revista Sur. Es la
oportunidad de viajar en compañía de Supervielle, amigo y protector de Michaux desde sus inicios, y
de compartir largos momentos en Uruguay, tierra de la infancia de su compañero de viaje y de su querido
Lautréamont. Después, durante el congreso, participa activamente en los debates, aunque alborotado,
e incluso por primera vez toma la palabra en público. Frecuenta a Alfonso Reyes y entabla amistad
con un todavía desconocido argentino, Jorge Luis Borges. Se sabe que una de las últimas apariciones
públicas de Michaux, con la finalidad de asistir a una conferencia del escritor argentino en el
Collège de France, tuvo lugar en enero de 1983. Esta larga amistad comienza durante esa estancia.
Michaux fue un hombre más que discreto, obsesionado con ese retiro del mundo que lo alimentó
durante toda su vida. Se las arregló para tan sólo dejar filtrar muy escasas informaciones sobre su
existencia. Para él, sólo la obra cuenta frente a los demás. constituye una forma de estar presente para
el otro. Las fotos son escasas, su voz se grabó solamente una vez y únicamente se muestra de forma
excepcional e imprevisible. Nunca apareció en la televisión ni se expresó en la radio. Reticente a dar
una foto suya a Paulhan, su amigo y editor, le declara: “escribo para que justamente puedan prescindir
de una foto mía”. Después, propone enviar una radiografía de sus pulmones “ya que no va bien
ahí dentro”. Sus biógrafos no dudan en reconocer la dificultad de iluminar varias zonas ensombrecidas
de su vida. La estancia en el Cono Sur guarda la huella de dos relaciones amorosas que lo van a dejar
marcado por mucho tiempo. Antes que nada, con Angélica Ocampo, la hermana de Victoria, en Buenos
Aires, después, y sobre todo, con Susana Soca, uruguaya rica y culta, incluso con una brizna de
lunatismo. Las escasas huellas de esos momentos de pasión dan una imagen alejada de ese Michaux
frío y distante. Su regreso a París está cargado de arrepentimientos, pero ese sentimiento se dirige
tan sólo a la mujer que se quedó allá. No tiene afecto alguno por “América, un continente de cestas
perforadas”.  Encuentra a Marie-Louise Ferdière, mujer del famoso médico que atenderá a Antonin
Artaud, entre otros, con quien compartirá su vida hasta 1948. Víctima de un accidente, sufre de quemaduras
graves y sucumbe a sus heridas. Michaux escribirá entonces su poema “Nosotros dos aún”
para continuar esta larga búsqueda de sí mismo que sabe que es su centro. Por una vez toma el riesgo
de develar un evento íntimo; hasta ese momento el amor había sido más bien una causa de infelicidades
y dramas, y de la cual poco había mostrado en las diversas facetas. La reserva que practica abarca su
lote de no dichos y la idea de “recorrerse” no excluye el misterio, sino al contrario.
Atraviesa la existencia como una sombra, pero a la cual, de muchas maneras, se aferra. En la forma
de vida que escogió practica un nomadismo que se traduce por un gusto nunca desmentido por los
viajes y por una vida cotidiana sin domicilio fijo por mucho tiempo, de hoteles a cuartos de huéspedes.
Su matrimonio, un mayor desahogo económico y la necesidad de un lugar de trabajo más amplio
le hacen mudarse después de la segunda Guerra Mundial a un departamento del para entonces legendario
Barrio Latino. Su existencia se asemeja a un escape permanente que se traduce tan bien
en términos geográficos como artísticos. Como él mismo lo dice, viaja en contra; no se trata de desplazarse
con la intención de construir lo que sea, sino de practicar una forma de escape. Lo mismo
sucede con su actividad creadora; su trabajo cuestiona los límites y las fronteras, al rechazar el encierro
o la repetición. Avanza con la inquietud de no estancarse, de no permanecer.

LAS PARCAS por LEOPOLDO LEZAMA



Entre la vida y la muerte hay un hilar
que sujeta al principio con su fin,
la tarde, las lluvias, las visiones,
tienen destinados una suerte y una ruta.
Al pie del hilar están las Parcas,
la vida circula, se desteje, concluye bajo sus manos ávidas.
Cloto despierta los amaneceres, gira la rueca,
suelta el cordón para que el tiempo nazca,
para que todo movimiento crezca
como el avance de un velero.
Láquesis se sitúa entre el origen y los límites,
unos centímetros de hilo deciden una noche más,
un minuto menos de agonía.
Átropo aguarda, su mirada es lenta,
su concentración certera,
al borde de su mano se halla el filo que ha de terminar
con los días y las mareas.
Hijas de la noche, allá están, desde el comienzo,
viendo cuánto habrá de envejecer la piel, cuánto
habrá de nublarse la mirada.
El dolor, la soledad, la angustia, hallarán una frontera,
las Parcas, ya cansadas, bordarán la niebla.

EL MILAGRO DE LASCAUX por GEORGES BATAILLE



El nacimiento del arte

La caverna de Lascaux, en el valle del Vézère, a dos kilómetros
del pequeño poblado de Montignac, no es sólo la más hermosa
y más rica caverna de pinturas rupestres; es también, en su
origen, el primer signo sensible que nos haya sido legado por
el hombre y el arte.
Antes del Paleolítico superior, no puede afirmarse que se
trate del hombre. El ser que ocupaba las cavernas era en algún
sentido semejante al hombre; ese ser en cualquier caso trabajaba,
poseía lo que la prehistoria denominaba una industria, talleres
donde se trabajaba la piedra. Pero jamás produjo una
“obra de arte”. No habría sabido cómo hacerla y, por otra parte,
en apariencia, tampoco sintió el deseo de hacerla. La caverna
de Lascaux, que sin duda data si no de los primeros tiempos
al menos sí de la primera parte de lo que la prehistoria denomina
el Paleolítico superior, se sitúa en dichas condiciones en
los albores de la humanidad (realizada). Toda génesis supone
aquello que la precede, y si en algún punto el día nace de la
noche, la luz que proviene de Lascaux pertenece a la aurora de
la especie humana. Es con certeza y por primera vez del “hombre
de Lascaux” que decir que, habiendo producido una obra
de arte, nos asemejaba y que, con toda evidencia, era nuestro
semejante. Fácil sería afirmar que sólo lo fue de modo imperfecto.
Le faltaban muchos elementos —aunque de seguro estos
elementos no tenían el alcance que hoy les damos: debemos,
antes bien, subrayar el hecho, que su obra testimonia, al menos
una virtud decisiva, la virtud creadora, que hoy ya no es por el
contrario necesaria.
A nuestro pesar, hemos añadido muy poca cosa a los bienes
que nuestros inmediatos predecesores nos han dejado: nada
justifica así de nuestra parte el sentimiento de ser más grandes
de lo que ellos fueron. El “hombre de Lascaux” creó de la nada
este mundo del arte, en donde comienza la comunicación de los espíritus.
El “hombre de Lascaux” incluso comunica con la lejana
posteridad que la actual humanidad es hoy para él. Nuestra
humanidad, por un azaroso descubrimiento que data de ayer,
ha legado dichas pinturas que no fueron alteradas por la interminable
duración del tiempo.
Este mensaje sin ningún otro equivalente, nos llama al recogimiento
de todo ser. En Lascaux, en lo profundo de la tierra
aquello que nos pierde y nos transfi gura es la visión de lo
absoluto lejano. Dicho mensaje está además acrecentado por
una extrañeza inhumana. Vemos en Lascaux una especie de
ronda, de cabalgata animal, proseguida a lo largo de las paredes.
Pero dicha animalidad es para nosotros el primer signo, el
signo ciego, y por esto mismo el signo tangible de nuestra presencia
en el universo.

Lascaux y el sentido de la obra de arte

Hemos encontrado las huellas de la multitud de seres humanos,
todavía rudimentarios, anteriores a los tiempos en que se
formó esa ronda de animales. Pero son en primer lugar las
huellas de los cuerpos que, materialmente, fueron seres vecinos
nuestros: sus osamentas, si han llegado hasta nosotros, nos comunican
formas disecadas. Varios milenios antes de Lascaux
(cinco mil años sin duda), estos industriosos bípedos comenzaron
a poblar la tierra. Fuera de sus huesos fosilizados, sólo
poseemos algunos utensilios que nos dejaron. Estos utensilios
prueban la inteligencia de los antiguos hombres, pero dicha
inteligencia, todavía grosera, se relaciona tan sólo con objetos
que son los “puñetazos”, las esquirlas o las pequeñas puntas de
sílex que utilizaban; la inteligencia se relaciona con estos objetos,
o con la actividad objetiva que perseguían de esta forma…
Jamás distinguiremos antes de Lascaux el reflejo de esta vida
interior, de la que el arte y sólo el arte puede asumir la comunicación,
y del que es, en su fulgor, si no su imperecedera
expresión (esas pinturas y las reproducciones que hacemos no
tendrán una duración indefinida), al menos la supervivencia
durable.
Sin duda, parecerá apresurado atribuir al arte este valor
decisivo, inconmensurable. ¿Pero dicho alcance del arte no es
acaso más apreciable en su nacimiento? Ninguna diferencia es
más taxativa: enfrenta la actividad utilitaria, la inútil figuración
de sus líneas que seducen, que nacen de la emoción y se dirigen
a ella. Volveremos más adelante sobre las explicaciones utilitarias
que pueden darse. Debemos primero marcar una oposición
fundamental: por un lado son claras las razones materiales
aparentes; la búsqueda desinteresada se presta, al contrario, a
la hipótesis… Pero si se trata de la obra de arte debemos inicialmente
rechazar la discusión. Si entramos en la caverna de
Lascaux nos oprime un fuerte sentimiento que difícilmente
experimentamos cuando miramos las vitrinas en las que se exponen
los primeros restos humanos fosilizados o sus utensilios
de piedra. Es el mismo sentimiento de presencia —de clara y
ardiente presencia— que sólo nos dan las obras maestras de
todos los tiempos. Aunque no parezca, es también a la amistad,
a la suavidad de la amistad, que está dirigida la belleza de las
obras humanas. ¿Acaso no amamos la belleza? ¿La amistad no
es también la pasión, el interrogante siempre recomenzado
cuya belleza es la única respuesta?
Esto, que marca mucho más seriamente de lo imaginado la
esencia de la obra de arte (que toca al corazón, no al interés),
debe ser afirmado con insistencia a propósito de Lascaux, por
el hecho de que esta caverna se encuentre en primer lugar en
nuestras antípodas.
Digámoslo de una buena vez: la primer respuesta que nos da
Lascaux reside en nuestra propia oscuridad, oscura, sólo inteligible
a medias. Es la respuesta más antigua, la primera, y la
noche de los tiempos de la que proviene se ve tan sólo atravesada
por los inciertos resplandores del alba. ¿Qué sabemos
acaso de los hombres que sólo nos dejaron insaciables sombras,
aisladas de cualquier tela de fondo? Casi nada. Sino que estas
sombras son bellas, como el más bello cuadro de nuestros museos.
Pero de las pinturas de nuestros museos sabemos las fechas,
su autor, el tema y el destino. Conocemos los usos y
costumbres, los modos de vida a los que refieren, leemos la
historia de los tiempos que los vieron nacer. A diferencia de
éstas no han salido de un mundo del que sabemos las limitaciones
que tuvo, reducido como estaba a la recolección y la caza;
o de la rudimentaria civilización que creó, de la que atestiguan
los utensilios de piedra, las osamentas y las sepulturas. ¡Inclusive
la fecha de estas pinturas sólo puede evaluarse a condición
de dejar flotar el espíritu una decena de milenios! Reconocemos
casi siempre los animales representados y debemos atribuir
la preocupación de figurarlos a alguna intensión mágica.
Pero desconocemos el lugar preciso que estas figuras tuvieron
en las creencias y ritos de estos seres que vivieron varios milenios
antes de la historia. Debemos limitarnos a aproximarlos
de otras pinturas —o a otras obras de arte— de aquella época
y de las mismas regiones, que no son a nuestros ojos menos
oscuras. Estas fi guras son numerosas: sólo la caverna de Lascaux
ofrece centenas, y existen otros cuantiosos centenares en
las grutas de Francia y España. De las pinturas rupestres más
antiguas, Lascaux sólo nos aporta el conjunto más bello y armónico,
el más intacto de todos. Y en tal medida, nada nos
informa mejor sobre la vida y el pensamiento de aquellos que,
por sí mismos, pudieron darnos esta obra de arte desgajada,
ejemplo de comunicación profunda pero enigmática. Estas
pinturas desplegadas frente a nosotros, son milagrosas, nos
comunican una emoción fuerte e íntima. Pero son sin embargo
—y por esto mismo— poco asimilables. Se ha sugerido relacionarlas
con las incantaciones de los cazadores, ávidos de dar
muerte a la presa que los alimentaba; pero estas fi guras nos
emocionan, mientras que la avidez nos deja en cambio indiferentes.
A tal punto, que la incomparable belleza y simpatía que
despiertan, nos deja penosamente suspendidos.

El milagro griego y el milagro de Lascaux

Cualesquiera sean las dificultades que tengamos, los sentimientos
fuertes que Lascaux nos inspira están vinculados con
este carácter de suspensión. Y por más incómodos que estemos
en estas condiciones de ignorancia, nuestra atención se despliega
en su totalidad. La certeza triunfa sobre una realidad
inexplicable, de alguna forma milagrosa, que reclama aten ción
y lucidez.
Henos aquí frente a un descubrimiento asombroso: antiguas
de casi veinte mil años, estas pinturas poseen toda la frescura
de la juventud. Fueron descubiertas por unos niños que entraron
en una de la fi suras dejadas por un árbol descuajado: un
poco más, y la tormenta no nos hubiese dejado las pistas que
conducen a ese tesoro de las mil y una noches que es la gruta.
Se supone que conocemos el arte prehistórico por medio de
cuantiosas obras, a menudo admirables; sin embargo, nada nos
hubiera impedido un grito de estupefacción. Por otra parte,
con esfuerzo adivinamos la forma en que el tiempo alteró su
aspecto y que sin duda no tenía, además, la belleza que fascina
al visitante de Lascaux. El esplendor de las salas subterráneas
es incomparable: incluso frente a semejante riqueza de fi guras
de animales, cuya vivacidad y brillo nos sorprenden ¿cómo no
tener siquiera por un instante el sentimiento de un espejismo,
de una manipulación mentirosa? Pero justamente en la medida
en que dudamos, mientras nos frotamos los ojos, nos decimos:
“¿será posible?”, la evidencia de la verdad responde al deseo de
estar deslumbrados, propio del hombre.
Pero por aberrante que parezca, es cierto que contra toda
evidencia, se yergue una duda: incluso si mi demostración es
superflua, me veo obligado a hablar. ¿No he oído acaso en la
gruta a dos turistas extranjeros expresar el sentimiento de haber
sido llevados a un Luna Park de cartón? Hoy huelga decir
que la sola suposición de falsedad sólo hace explícita la ignorancia
o la ingenuidad de quienes así se pronunciaron. ¿Cómo
enmendar sin errores la fabricación de documentos ya públicamente
conocidos? Pero sobre todo, quien hizo el comentario
¿obedece a las exigencias de la crítica culta, que se apoya en la
geología, la química y el minucioso conocimiento de las condiciones
de conservación de estas obras milenarias? Es cierto que
en dicho terreno la más ínfima tentativa de falsificación hubiese
sido descubierta: ¿qué decir de esta caverna en la que se
acumula una multitud de detalles nimios, de grabados casi indescifrables
y perfectos encabalgamientos?
Insisto sobre el asombro que sentimos en Lascaux. Esta
extraordinaria caverna no deja de sobresaltar a quien la descubre:
no dejará nunca de responder a la idea de milagro, que es,
tanto en el arte como en la pasión, la aspiración más profunda
de la vida. Con frecuencia juzgamos infantil dicha necesidad de
ser maravillados, pero volvemos sin embargo a la carga. Lo que
nos parece digno de ser amado es aquello que nos sobresalta,
lo inesperado, lo inesperable. Como si, paradójicamente, nuestra
esencia respondiese a la nostalgia de lograr aquello que
sabíamos en un principio imposible. Desde este punto de vista,
Lascaux reúne las condiciones más extrañas: el sentimiento
de milagro que hoy nos da la vista de la caverna se debe a la
extremada suerte de su descubrimiento, que se duplica por el
sentimiento de carácter inaudito que tuvieron estas fi guras
ante los ojos de quienes vivieron en la época de su creación.
Lascaux se instaura desde ahora, para nosotros, entre las maravillas
del mundo: estamos no obstante en presencia de la increíble
riqueza que amasó el paso del tiempo. ¿Cuál era el
sentimiento de los primeros hombres para quienes estas pinturas
tenían un prestigio inmenso —aunque no pudiesen sentir
un orgullo semejante al nuestro (tan estúpidamente individualista)—?
Se piense lo que se piense, el prestigio se relaciona
con la revelación de lo inesperado. Es en este sentido que hablamos
de milagro en Lascaux, pues allí, la juvenil humanidad,
por primera vez, mesuró la amplitud de su riqueza. De su riqueza,
es decir, del poder que tenía de esperar lo inesperado, lo
maravilloso.
Grecia también nos da un sentimiento de milagro, pero la
luz que de ella emana es diurna; la luz diurna es menos asimilable:
sin embargo, en el breve lapso de un fulgor, deslumbra
mucho más.

lunes, enero 06, 2014

CAE LA NIEVE PURA por YEVGUENI YEVTUSHENKO


para A.W. Bouis
Cae la nieve pura como
si resbalara por hilos.
Quisiera vivir, vivir
pero sé que no es posible.
Algunas almas se pierden
sin huella en la lejanía,
suben, suben hacia el cielo
como hace la nieve pura.
La nieve pura se disuelve...
yo también desapareceré...
No me preocupa la muerte,
nadie vive eternamente.
No creo en esos milagros.
No soy ni nieve ni estrella,
yo jamás volveré a ser
jamás, jamás, nunca más.
Y pienso yo, pecador:
¿Qué hiciste con tu existencia?
En su torbellino, ¿qué
amaste más que la vida?
Quise con mi sangre a Rusia
como el tuétano de mis huesos,
quise sus ríos creciendo
y debajo de los hielos.
Quise el humo de sus casas,
el aire de sus pinares,
amé a Chejov, Pushkin
y a sus gloriosos ancianos.
Si tuve mis contratiempos,
fue sin lamentarlos mucho.
Qué importa si viví locamente,
por Rusia fue que viví.
Dolorido de esperanzas
(lleno de oculta inquietud),
creo que tal vez un poco
también yo he ayudado a Rusia.
Aunque a mí Rusia me olvide
cuando el tiempo se devane,
el caso es que Rusia viva
para siempre, eternamente.
Cae la nieve pura, cae
como caía en los tiempos
de Pushkin, de Chejov,
como caerá cuando muera...
Cae la nieve, cae la nieve
con cegadora blancura,
borrando todas las huellas,
las que yo dejo y las otras...
Nadie vive eternamente,
pero tengo una esperanza:
si Rusia vive, es decir
que yo también viviré.

ALA CIUDAD DE PUSHKIN por ANA AJMATOVA


1
¿Qué puedo hacer? Ellos te destruyeron,
¡Qué encuentro más cruel que el separarse!
Aquí hubo un surtidor, allá alamedas,
Más a lo lejos verdecía el parque...
La aurora más rosada que ella misma
Fue aquél abril. Olor a húmeda tierra,
A primer beso...
2
Las hojas de este sauce en el siglo pasado se murieron,
Para brillar cien veces más lozanas en la forma de un verso.
Las rosas se trocaron en purpúreas rosaledas silvestres,
Pero los himnos de la escuela siguen brotando sin desánimo.
¡Medio siglo pasó! Fui premiada por la divina suerte
Y en los días violentos olvidé el fluir de los años.
¡Ya no voy por allí! Pero a la orilla del río de la muerte,
Yo llevaré mis trémulos jardines de Tsárskoie Seló.

EL PROFETA por ALEXANDER PUSHKIN


Abrumado por la sed del espíritu, crucé
Un desierto infi nito hundido en el pesar,
Y un ángel con sus seis alas acudió
Donde cesaban las huellas y me hallaba extraviado.
Dedos tenues cual un sueño puso
Sobre mis párpados; por completo abrí
Mis ojos para mirar como un águila vigilante en derredor.
Puso sus dedos en mis oídos,
Que se llenaron de formidable sonido:
Comprendí la música de las esferas,
El vuelo de ángeles por los cielos,
El camino de las bestias reptando bajo el mar,
El embriagante ascenso de la viña;
Y, como un amante que me besara,
Me arrancó esta lengua mía
Llena de mentira y vanidad;
Abrió mis labios trémulos
Y, con la mano diestra ensangrentada,
Me armó con un dardo de serpiente;
Con deslumbrante espada me abrió el pecho;
Hacia él saltó palpitando mi corazón;
Un carbón ardiente oprimió
Contra el fondo de la herida.
Allí en el yermo quedé muerto,
Y Dios me llamó y dijo:
“Levántate, profeta, y oye y ve.
Y haz que vean y oigan mis obras
Todos los que se apartan de mí,
Y quémalos con mi palabra llameante”.

PENSAMIENTOS NOCTURNOS por KARL MARX


Ve las elevadas nubes navegantes, descendiendo;
en sus flancos rugen las alas del águila.
Tormentosas se desplazan,
Chispas de fuego rocían,
pensamientos nocturnos trae el reino de la mañana.

Pensamientos flameantes tan pesados,
cursan frenéticos los escudos del éter.
Escurre sangre de los ojos, enorme -terror.
Alas de mar escupidas en cielos traviesos.

El silencioso éter, tranquilo-tremendo,
circunda las cejas con flameantes marcas.
Apretón de manos, en su seno la oscuridad,
se precipitan nubes, aúllan su infortunio
hacia la tierra.

Vladímir Mayakovski 2/2 [Documental]

Vladímir Mayakovski 1/2 [Documental]

¡A CASA! por VLADIMIR MAIAKOVSKI



¡Pensamientos, 
volad a casa! 

Alma, 
abrázate con las honduras del mar. 

Aquél, 
que todo lo ve constantemente claro, 
ése, 
a mi juicio, 
es simplemente un tonto. 

Yo estoy en el peor camarote, 
de todos los camarotes, 

Toda la noche, 
encima mío, 
golpean con los pies. 

Toda la noche, 
indignando la tranquilidad del cielo, 
se agita el baile, 
y gime la tonada: 
"Mariquita, 
Mariquita, 
Mariquita mía, 
por qué, 
Mariquita, 
ya no me quieres más..." 

¿Y para qué tendré yo que querer a Mariquita? 

Yo, 
no tengo francos, 
y a Mariquita, 
con sólo un guiño, 
y por cien francos, 
te hace pasar al camarín. 

Con poco dinero se arregla, 
ella sólo vive para el "chic". 

Pero algún intelectual, 
moviendo algo su cabellera sucia, 
le conseguirá una máquina de coser, 
para coser, 
la seda de sus versos. 

Los proletarios, 
vienen al comunismo, 
desde abajo, 
desde los bajos, 
mineros, 
de la hoz, 
y el martillo. 

Yo, 
me arrojo del cielo poético al comunismo, 
porque sin él, 
no tengo amor. 

Da lo mismo, 
que yo mismo me deporte, 
o me envíen al diablo. 

Se oxida el acero de las palabras, 
el cobre ennegrece con el tiempo. 

¿Para qué debo pudrirme, 
y oxidarme, 
bajo estas lluvias extranjeras? 

Estoy aquí, 
en viaje entre las aguas, 
con pereza, 
pasa el tiempo, 
casi no muevo los resortes de mi máquina. 

Yo, en realidad, 
me siento una fábrica soviética, 
que elabora dicha. 

No quiero, 
que a mí, 
como florcita, 
me arranquen del campo 
después de horas de penosa labor. 

Yo quiero, 
que sude el gobierno en debates, 
dándome encargo para un año. 

Yo quiero, 
que el Tiempo, 
mi comisario, 
ordene mi mente. 

Yo quiero, 
que más que un sueldo de especialista, 
me entreguen el aplauso del corazón. 

Yo quiero, 
que al fin del trabajo, 
el consejo de fábrica, 
regule mi razón. 

Yo quiero, 
que la pluma, 
se equipare a la bayoneta, 
que del trabajo de hacer versos, 
como de la producción del hierro y acero, 
haga informes en el Ejecutivo, 
el camarada Stalin 
diciendo: 

Hemos superado el nivel, 
de las más altas normas para hacer versos, 
sobrepasando, 
la producción de anteguerra, 
en todas las Repúblicas de la Unión Soviética. 

DESPEDIDA por VLADIMIR MAIAKOVSKI



En el auto ya, 
después de cambiar el último franco, 
pregunto: 
-¿A qué hora partimos hacia Marsella? 

París, 
corre, 
despidiéndome, 
con toda su extraordinaria belleza. 

Sube a mis ojos, 
la humedad de esta separaci6n. 

Mi corazón, 
de sentimentalismo se ablanda. 

¡Yo quisiera vivir, 
y morir en París, 
si no existiera, 
esa tierra, 
que se llama Moscú! 

VERLAINE Y CEZÁNNE por VLADIMIR MAIAKOVSKI



Yo choco, a cada rato, 
con el borde de la mesa o del estante, 
midiendo con mis pasos, todos los días, 
los cuatro metros de mi cuarto. 

Me resulta estrecho todo esto del hotel Istria, 
en este rincón, de la calle Campagne-Premiere. 

Me oprime, la vida de París. 

Eso de echar la angustia, por los bulevares, 
no es para nosotros. 

A la derecha, tengo el Boulevard Montparnesse, 
a la izquierda, el Boulevard Raspall. 

Camino y camino sin mezquinar las suelas, 
camino de día y de noche, 
como un poeta cotidiano, 
hasta que ante mis ojos, 
se alzan los fantasmas. 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...